'Por 13 razones': la cultura de la violación y el silencio institucionalizado
Ya hemos visto los primeros seis capítulos de la segunda temporada de la serie de Netflix
Madrid
*Crítica sin spoilers de los primeros capítulos de la segunda temporada. Si no has visto la primera, deja de leer
Por qué es importante 'Por trece razones'
25:29
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Varios meses después del suicidio de Hannah Baker, toda la comunidad que rodea al instituto Liberty sigue conmocionada. Algunos tratan de que el suceso no caiga en el olvido, otros buscan seguir adelante y unos pocos maniobran para que no se sepa la verdad en el juicio que comienza ¿Puede haber muchas verdades de una misma historia? El proceso judicial se centra en la demanda de la madre contra el instituto por haber permitido el acoso que llevó a su hija a quitarse la vida, por no haber detectado todas las señales. Por el camino, todos descubrirán secretos, se verán obligados a enfrentarse a sus miedos y se preguntarán si conocían realmente a su amiga y a su hija.
Sin cintas de cassette, ahora son fotos polaroid, el misterio se articula con torpeza a través de esas declaraciones judiciales y la investigación paralela de Clay a partir de esas imágenes. El éxito y la polémica de la primera entrega, una historia contundente bien cerrada, llevó a Netflix a producir una segunda temporada que cojea como ficción pero conserva su potente mensaje social entre el público adolescente. Puede ser narrativamente irregular, puede tomarse demasiadas concesiones, puede ser tramposa en sus giros, puede caer en un morbo efectista, pero la historia no está desenfocada.
‘Por trece razones’ ataca directamente a una de las bases del sistema educativo americano. La permisividad con el acoso y las violaciones. La afición consentida de jóvenes deportistas a sembrar miedo entre sus compañeros y a maltratar a sus compañeras. Como reflejaba el documental ‘The Hunting Ground’, existe toda una cultura de agresiones sexuales, arraigada en las aulas, que perdura gracias a un silencio institucionalizado. Los colegios y universidades que callan para no perder prestigio ni dinero, que protegen al agresor y duda de las víctimas (más aún si se trata de la credibilidad de las mujeres).
“Yo me he acostado con un montón de chicas. Ella se enamoró de uno, tuvo sexo con otro y se besó contigo. Yo soy un mujeriego, ella es una puta”. En la era del #MeToo y las protestas feministas, los primeros capítulos de la segunda temporada ahondan con acierto en asuntos actuales. El juicio por el suicidio de Hannah Baker se transforma en una auditoría de su vida “¿Cómo puede ser acoso si le gustaba llamar la atención?, es responsable de lo que vino después porque provocaba, se hizo fotos sexys, se emborrachó…” Un escrutinio a cada paso de la víctima para desacreditarla. Cómo los rumores te juzgan y te etiquetan. Algo que también sufre en vida otra de las protagonistas. Jessica fue violada y se resiste a denunciarlo. Sus amigos la animan. “Es su palabra contra la mía”. La desconfianza en un sistema permisivo, poco garantista, que cuestiona el relato de las víctimas. “A veces guardar un secreto es la única forma de sobrevivir”, responde mientras la agresión, a ella, no le permite pasar página.
Brian Yorkey, cuya obra explora el suicidio y las enfermedades mentales, elabora un discurso pobre en lo ficcional pero contundente en lo representativo. Un discurso destinado a luchar contra el modelo que te imponen, que te domina, que te oprime y te dice que no encajas. La lucha contra el silencio vertebra las tramas de los diferentes personajes, una variedad de perfiles para que un amplio espectro de su audiencia se sienta representado. Cómo plantar cara a los acosadores, cómo ser el raro y reivindicarte, cómo dar el paso de contar tu historia, cómo encontrar apoyo fuera de los pilares que te han impuesto (y de los que desconfías): la familia y el colegio.
Tras la polémica desatada en la primera entrega, algunos centros pidieron a los padres que les prohibieran a sus hijos verla. Síntoma de que no habían entendido nada. Bajo la etiqueta de serie juvenil y con el impulso mediático de su productora, Selena Gómez, la ficción interpela directamente a docentes y padres. La falta de atención y la incomunicación los hace corresponsables y no quieren sentirse representados. “Nunca subestimes lo que alguien está tratando de transmitir en base a su edad. Si eres adulto y en este mundo de jóvenes alguien expresa preocupación o muestra signos de sentirse solo, o lo que sea, tú eres el primero que debería escuchar”, zanja el actor Dylan Minnette.
Recomendada para mayores de 16 años, Netflix ha reforzado las advertencias y ha creado una página de ayuda con el teléfono habilitado por el Ministerio de Educación. Desechada por la crítica, la serie goza de una adhesión fiel en su target. Referencia para unos adolescentes que reconocen esos problemas y generan voluntariamente una conversación que no han logrado las campañas institucionales
José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...