El gusto socialdemócrata que acabó con la contracultura
Entrevistamos a Jordi Costa, el crítico de cine, director y escritor, que publica 'Cómo acabar con la contracultura. Una historia subterránea de España', donde reflexiona sobre la muerte del underground ante la llegada de la democracia
Entrevista a Jordi Costa: El gusto socialdemócrata que acabó con la contracultura
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Madrid
La ficción también tiene su subconsciente, dice Jordi Costa al inicio de su nuevo ensayo, Cómo acabar con la contracultura, una historia subterránea de España. Un libro donde se analiza toda la contracultura gestada en los últimos años del franquismo y silenciada con la Transición. "Hay tres momentos clave, la movida, la Expo del 92 y las Olimpiadas. Son las tres estocadas, que están muy próximas. Es curioso que las mascotas de ambas son obra de autores contraculturales, Heinz Edelmann y Javier Mariscal", explica Costa en una entrevista en La Script.
Theodore Roszak fue el autor que acuñó el término de contracultura en 1969. Definía el nacimiento de una cultura en un contexto de la oposición a la guerra de Vietnam, el activismo, el feminismo, la cultura psicodélica, interés por las filosofías orientales y lanzar un gran no a la cultura de los padres. "era también jugar con los límites de la libertad de expresión", apunta Costa. Aquí estábamos bajo la dictadura franquista y había un enemigo al que batir. "Eso hizo que la contracultura en España tuviera un componente de militancia política, la oposición al régimen y la contracultura caminaban juntas, aunque ya se daban desencuentros. Cuando llega la democracia, pues no se cumple esa utopía".
El crítico y director de cine indaga en los ambientes underground de Sevilla, Barcelona, Valencia y Madrid, donde el mundo del cómic se mezclaba con cineastas y artistas y cantantes. De todos, el cineasta más representativo de ese espíritu contracultural es Pedro Almodóvar que en 1981 estrena su primera película, después de años jugando con sus cortos en Super 8.
Pepi Luci Bom y otras chicas del montón se convierte en el inicio de La Movida madrileña, en el inicio de su espectacular carrera cinematográfica y también en la premonición de lo que ocurrirá con el movimiento underground. "La Movida es un momento en el que la contraculura ya lleva una década de recorrido. Hay quién dice que fue el momento en el que eso se convierte en mercancía". Sin embargo, esa época trajo muchas cosas: "Hubo espacio para la educación en la insumisión con programas como La Bola de Cristal, que educaban en el marxismo".
El gusto socialdemócrata acabó con la experimentación, con lo lisérgico y con lo políticamente incorrecto. "Es que instaura algo que tiene que ver con el sentido común y la prudencia", apunta Costa, que ha acuñado con tino ese término, resultado de la Ley Miró, que cambió el cine español en muchos aspectos. "Otros ensayistas lo llaman de otra manera. Cuando Guillem Martínez habla de `'cultura de la transición, habla de cuando la cultura ya no sirve para confrontar ni desestabilizar, sino como un hilo musical, un sonido de ambiente, un sonido tranquilizador. La Ley Miró supone un punto de ruptura y se instaura un modelo que no siempre cumple la función que se deseaba". "Lo que tenía de visceral, caótico y anárquico la contracultura, pues de repente se convierte en algo incómodo que es mejor contener", añade.
Leyendo el ensayo es inevitable ver los paralelismos con el momento político actual, en el que un nuevo gobierno socialista ha llegado al poder y parece prometer la utopía de nuevo. También por el boicot de determinados sectores conservadores al arte más rebelde, como fue el caso de La portentosa vida del padre Vicente, de Carles Mira, que tuvo hasta un artefacto explosivo en su estreno en Alcoi. "El caso de Carles Mira refleja cómo la Ley Miró afecta a un cine fuera de lo académico y lo correcto. Un cine más carnavalesco y festivo que se acaba". "Han pasado muchísimas cosas, el caso de los Titiriteros y los raperos que conectan con aquello", explica.
¿Hay contracultura hoy? "Cuando veo el mundo YouTuber muestro cierta perplejidad. Por un lado parece que no hay control empresarial, aunque luego está Zuckerberg. Y en esa reflexión encuentro a Soy una pringada que es alguien que se define por decir NO", responde Costa.