¿Hasta dónde vamos a llegar?

Madrid

En las últimas horas hemos oído los llantos desesperados de niños separados de sus padres en un puesto fronterizo de EEUU. Más de 2300 en las últimas seis semanas. La filtración ilustra la dureza de la política de tolerancia cero contra la inmigración impuesta por el presidente Trump que usa ahora a los más pequeños como arma disuasoria hacia el exterior y de presión hacia el interior. Más cerca, hemos escuchado al ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, anunciar un registro de gitanos inmigrantes en situación irregular, lamentándose de que se tenga que quedar con los gitanos italianos.

La xenofobia es tan antigua como la humanidad, pero en los últimos tiempos brota por doquier como florecillas en primavera. Y algunos de sus abanderados no son partidas que vociferan en el extrarradio del sistema sino que están instalados en los gobiernos. Son tantas las señales que todas nos pueden parecer de la misma intensidad, pero estos dos ejemplos – usar a los más pequeños como rehenes para doblegar a sus mayores y considerar inferior al nacional por su origen étnico – suponen un salto cualitativo insoportable. Exactamente el mismo que dieron todos los totalitarismos que se consolidaron en el pasado siglo ante un mundo que no supo ver lo que se le venía encima.