Sexo hasta las trancas

Madrid

Llegamos a la cama después de una de esas fiestas de verano en las que no faltan de nada. Las copas se suceden una detrás de otra, casi traídas por seres invisibles en los que no reparamos. El desfile al cuarto de baño comienza despacito y en fila india, colocando a los interesados de rodillas, esnifando sobre la tapa del váter. Las fiestas de verano se llenan de excesos. Alcohol, drogas y sexo a mansalva, si es que a eso lo podemos considerar sexo... A la tercera copa, ya no podré seducirte; seré incapaz de contarte cuánto me gusta que me hables mirándome a los ojos sin dejarme escapar. Con esa otra raya tu mandíbula se sitúa en el cuadrante apropiado de la nuca para que ya no me puedas besar. Empiezas con las risas, con las bromas. Con las frases escupidas en vez de habladas. Tienes la absoluta seguridad de que solo tú llevas la razón y cualquiera que pretenda compartir contigo lo más mínimo, tendrá que derribar antes el muro de soberbia en el que la farlopa te ha aislado.

Otra copa. Otra más. Una raya, una más. Celebraciones que se alargan todo el día. Fiestas que se prolongan durante toda la noche.

Empiezas a sudar. Son las drogas. Empiezas a balbucear. Es el alcohol. No ves la silueta de tu amante, no distingues las manos que te acarician, no sabes de quién son los labios que te besan. Mañana recordarás que terminaste en un baño apalancada contra la pared mientras el que fuera hacía lo que fuera menester. Entras en el torbellino en el que todos los fluidos corporales se entremezclan y se enrancian, dejando un reguerito decrépito de tu propia persona.

Claro que follamos puestos hasta las trancas y vivimos rodeados de amantes que no dejan de hacerlo; lo cual no quiere decir que eso sea buen sexo. Pensar colectivamente es la regla general. Pensar individualmente es la excepción.