Guadagnino y sus brujas feministas de 'Suspiria' dividen Venecia
El director de 'Call me by your name', divide a la prensa con su remake de 'Suspiria', el clásico del terror italiano de Dario Argento, protagonizado por Dakota Johnson y Tilda Swinton
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Venecia
Estar dentro de la boca de un cocodrilo, así calificaba el psicólogo Lacan, discípulo de Freud, la figura materna. El deseo de la madre, decía el francés, era como estar dentro de esa boca del cocodrilo, en peligro constante de ser devorado. Este planteamiento Lacaniano le sirve a Luca Guadagnino para darle la vuelta a su remake de Suspiria, el clásico del terror italiano que dirigió Darío Argento en 1977.
En sus relatos, Gudagnino, guarda una relación compleja con las madres. En Yo soy el amor, el deseo de la madre fagocitaba al hijo, mientras que en Call me by your name, la figura materna era decorativa. En Suspiria, la madre es la figura a la que hay que matar. La esperada cinta del director predilecto de la cinefilia más moderna, ha sido recibida, en el Festival de Venecia, con aplausos y con abucheos. Todo en uno. Suspiria es una de esas películas que divide por su radical propuesta y su locura final; pero no es redonda. Lejos está de la magnificencia de Roma, de Cuarón, que de momento, no tiene rival en Venecia.
Su intención no era la de imitar a Argento, sino de usar su relato para hacer algo muy diferente. "Me acuerdo cuando vi Suspiria. Tiempo después mi madre me llamó y me dijo que había visto a Darío Argento en el restaurante, y yo me fui y me puse a esperar en la ventana, mientras le veía comer. Supongo que debió pensar que estaba paranoico", homenajeaba así al director Guadagnino frente a los periodistas.
Con una magnífica puesta en escena, que olvida la luminosidad de los paisajes italianos, de las esculturas grecolatinas y los edificios renacentistas, para adentrarse en el art déco de finales de los setenta, en la arquitectura de tinte soviético y en el rojo de la sangre, que domina la escena de danza influenciada, como reconocía el director, por Pina Bausch.
El problema de Suspiria no es estético, ni de dirección; más bien de un guion que quiere abarcarlo todo. "La muerte, lo terrible, lo desgarrador de lo femenino y una historia de amor", enumeraba Guadagnino en la rueda de prensa. El feminismo queda a medias, por mucho que hayan tratado de mencionarlo ante la prensa. Es más, no deja de resultar curioso que un grupo de brujas representen la división teórica de las feministas.
"Esos años fueron un periodo importante para las revueltas feministas, sobre todo en Europa. Hubo movimientos muy potentes en Francia y en Italia. No fue como en Estados Unidos, donde las feministas reivindicaban la igualdad, aquí era una llamada a la diferencia. Estábamos muy interesados en esto". Se refiere Guadagnino a dos corrientes del feminismo que en aquel momento mantenían un debate sobre cómo lograr la emancipación de la mujer y que él lo refleja en la división de las brujas que mandan en la academia de danza donde van jóvenes estudiantes, como Dakota Johnson o Chloë Grace Moretz en Berlín.
Guadagnino también traía el discurso aprendido por si llegaba la pregunta del Me Too: "Es muy interesante desde nuestro punto de vista, viniendo de un hombre europeo mirar al Me too que es feminista y americano. Evidentemente, un pasaje del que ya no se puede volver, que ha llegado a concienciar. Suspiria se hizo antes, me hace pensar que con nuestro trabajo, sirva para que no se repita lo de acosar al otro con el propio poder".
Tampoco queda claro qué papel juega la lucha del o Baader-Meinhof, facción del ejército rojo que organizó una guerrilla en Alemania cuyo objetivo era el sistema capitalista. Ni qué pinta el pasado antinazi del personaje del psiquiatra freudiano interpretado, en secreto, por una caracterizada Tilda Swinton. Un papel que supuestamente interpreta un desconocido doctor Lutz Ebersdorf y que utilizan más bien para despistar al espectador que para que el relato tenga una nueva dimensión narrativa.
"Los peligros de los delirios, de la histeria y el separatismo", decía Tilda Swinton en una carta que ha leído al inicio y que aseguraba, entre bromas, la escribía el personaje que ella misma interpreta. Un doble papel que ha negado representar. "Después de ver esta película, igual tienen que buscar un buen terapeuta", culminaba la carta.
Precisamente sobre si alguna actriz ha necesitado terapia después de este rodaje, le preguntaban a Dakota Johnson, que ya trabajó con Guadagnino y Swinton en Cegados por el sol. "No me psicoanalizo y espero no necesitarlo nunca. Pero sí es verad que a veces, cuando trabajo en un proyecto, no me da vergüenza decirlo, absorbo todos los sentimientos de la gente de alrededor. No siempre son energías positivas. Por eso tengo una terapeuta para saber desconectar de todo eso y empezar un nuevo proyecto. Pero esta película no me ha mandado al psicólogo", respondía la actriz de 50 sombras de Grey.
Una película con mucho psicoanálisis, brillante y excesiva y con un final pretencioso y que desafina. Aquí el complejo de Edipo no consiste en matar al padre, sino a la madre. Y es que Guadagnino le da una vuelta hasta a Lacan.