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La dama de las camelias

La escritora Espido Freire nos cuenta qué hay detrás de la obra de Alexandre Dumas, inspirada en una historia de amor del propio autor

Damir Yusupov

Madrid

La escritora Espido Freire nos trae, como cada semana, los secretos que se esconden detrás de las obras más conocidas. En esta ocasión, habla de la obra con la que Alexandre Dumas se lanzó a la fama, La dama de las camelias.

"No soy lo bastante rico para amarte como quisiera ni lo suficientemente pobre para ser amado como tú quisieras"

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Encerrado en su habitación, Dumas, el otro, el hijo del escritor, desgrana su duelo: ha comenzado a escribir una novela febril, en la que la culpa por haberse alejado de una mujer irrecuperable, ya muerta, se convierte en el tema central. Durante toda su vida, la sensación de haber renunciado a un amor centrará sus historias. Quizás así exorcice el dolor que le causó el que su padre se lo arrebatara a su madre, una costurera, y, entremezclado, el orgullo de haber sido reconocido como hijo legítimo del Gran Dumas.

La mujer que ha perdido se llamaba Alphonse Plessis, pero tuvo muchos nombres: Marie Duplessis, la Divina Marie, la condesa Perregaux. Nosotros la conocemos como la Dama de las Camelias.

Como todo París, el joven Dumas ha admirado su belleza: alta y delgada hasta la exageración, recordará, poseía el arte de hacer olvidar esos defectos de la naturaleza con la simple gracia de sus ropas. Su cabello negro, sus ojos de tinta destacan en una piel de papel. Cuando Dumas la conoce tiene veinte años, pero ya está enferma: tuberculosis. Su belleza procede de un aspecto enfermizo que la época ha puesto de moda. Como Dumas, Marie ha vivido una infancia de vergüenza. Su padre, alcohólico, la ha prostituido desde los 12 años. Su madre murió, también de tisis, a las orillas de un lago mítico, el Leman, donde años antes Mary Shelley inventó su monstruo. Marie tiene un poco de sangre aristocrática. Dumas, unas gotas de sangre negra. Listos, bellos y transgresores, se sienten atraídos el uno hacia la otra. Las camelias rojas que Marie porta dejan paso a las blancas, la señal de que está dispuesta para el amor. Durante un año, los dos se ven, se enfadan, se reconcilian y, finalmente, se separan.

El resto de la historia la conocemos por la mirada de Dumas: el orgullo herido del chico que no se resigna a compartir a la cortesana con otros, su pobreza, que no le permite mantenerla, y la dignidad de ella, que no quiere arruinar la joven vida de su amado al asociarlo a su reputación. La enfermedad. La muerte en soledad. La subasta de sus bienes. Sin duda cuando Dumas escribía su novela deseaba con todas sus fuerzas que aquello fuera así; casi logró que su versión se impusiera a la verdad.

Marie no murió sola, sino acompañada por su marido, que la había convertido en condesa, y por un protector cariñoso que la consideraba la hija que había perdido. Nunca perteneció a Dumas: antes (y no sabemos hasta qué punto eso fue importante para el escritor) había conocido y se había relacionado con su padre, el Dumas original. Dickens cayó a sus pies, como Sue, o Musset. Liszt la amó después de que Dumas hijo la abandonara. Para los ojos contemporáneos, menos románticos y más escépticos, en la nota con la que el joven la deja sobran aspavientos y falta valor.

No soy lo bastante rico para amarte como quisiera ni lo suficientemente pobre para ser amado como tú quisieras. Olvidemos todo; tú un nombre que debe serte casi indiferente, yo una felicidad que se me hace imposible. Adiós. Tienes demasiado corazón como para no entender el motivo de mi carta y demasiada inteligencia como para no perdonarme.

Lo cierto es que el joven Dumas vivía con miedo a arruinarse (no tenía dinero, pese a que se comportaba como si le sobrara) y aún más a contagiarse de la tuberculosis. Y que Marie, tras lo que había pasado en su existencia, y que, según cuentan, era generosa y dulce, se recuperó de esa pérdida sin más drama. Alejandro Dumas, el hijo, se redimió con su novela, con lo que de autenticidad había en ella. Hizo inmortal a Marie. A partir de entonces, su carrera como escritor resultó imparable. Ella, a cambio, le regaló otro tipo de inmortalidad, la de los autores que, por fin, encuentran su voz, su trama, su historia.

 
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