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Se consumó el desastre

Josep Ramoneda reflexiona sobre la llegada de Bolsonaro a la presidencia de Brasil y el anuncio de Merkel de no volver a presentarse a la cancilleria

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Barcelona

Pues sí, se consumó el desastre: Jair Bolsonaro ha ganado las elecciones presidenciales en Brasil y sería una barbaridad que los realistas impenitentes intentaran minimizarlo. Ha ganado un modelo que promete neoliberalismo extremo en lo económico y un autoritarismo forjado en la cultura dictatorial, ha ganado el conservadurismo religioso en un país que parecía abierto en materia de costumbres y ha ganado el odio al pobre. Y hay pocas dudas sobre quien mandará en Brasil: los militares a través de Bolsonaro y las elites económicas a través de Paolo Guedes. Los Chicagos boys siempre dispuestas a servirse del autoritarismo.

La socióloga de la Universidad de Sao Paolo, Esther Solano señala, sin embargo, una vía de esperanza: el enemigo sobre el que Bolsonaro ha construido su campaña, no es el inmigrante. El enemigo está en casa: “el petista, el negro favelado, la minorías identitarias que reclaman derechos”. Y estos van a resistir.

¿Qué le pasa a la izquierda que descarrila en todas partes? Ha perdido la capacidad que tenía de imponer el lenguaje y de dominar la pugna por los valores y ha perdido la capacidad de conectar con las clases medias. En el caso de Brasil, es esta zona templada de la pirámide social que la política de Lula contribuyó a expandir, la que ahora vive en el odio al PT.

Angela Merkel anuncia que lo dejará. Intentará agotar la legislatura, pero no volverá a ser ni candidata ni presidenta de su partido. Es el destino fatal del mandato que sobra, cuando el desgaste es ya demasiado grande y se abren socavones a cada paso. En España tenemos ejemplos de ello. Distinto habría sido si Felipe González no se hubiese presentado en el 93 o si Jordi Pujol, lo hubiese dejado en el 99. Siempre reconoceré a Angela Merkel el gesto de dignidad de aquel día de 2015 en que planteó la acogida de inmigrantes como un objetivo de responsabilidad nacional y llegó a compararlo con la unificación de Alemania. Fue un gesto más moral que político que, en estos tiempos de odio y resentimiento, fue probablemente el principio de su fin.

 

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