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Caravana migrantes centroamericanos

El yugo de las maras en Honduras

Nos asomamos con Jon Egaña a la capital de la violencia en Centroamérica. El hambre y la violencia en Honduras, que arrastra a cientos de jóvenes a las redes de las maras, son las razones de que miles de familias se dirijan desde hace más de un mes hacia EEUU en una gran caravana. Un centro educativo cerca de San Pedro Sula trabaja por la reinserción de los jóvenes

Punto de Fuga: El origen de la caravana: territorio de maras (24/11/2018)

Punto de Fuga: El origen de la caravana: territorio de maras (24/11/2018)

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Honduras

Nos asomamos al punto de partida de la marcha que miles de centroamericanos iniciaron hace más de un mes para conocer los motivos de su salida. La ciudad de San Pedro Sula, en Honduras, es la tercera con más homicidios del mundo. Allí son las maras las que marcan la ley. El enviado especial de la Cadena SER, Jon Egaña, se ha trasladado a un instituto en el que conviven a diario muchos de los chicos que van a parar al entorno de esos grupos juveniles.

Allí, entre la pobreza y la violencia también se abre paso la normalidad. Hay chavales y profesores que vienen cada mañana a formarse. Leslie Munguia dirige este instituto, un centro de atención a jóvenes en riesgo social que lleva en marcha desde el año 2000. Con su programa tratan de insertar a jóvenes sin esperanza de conseguir un trabajo. Leslie cuenta que estos jóvenes “están en una zona muy complicada” porque algunos proceden de los lugares en los que operan las maras, pero les permiten ir al centro a estudiar, e incluso han tenido casos de jóvenes que han pertenecido a estas maras y les han dado la oportunidad de ir a estudiar al centro.

Punto de Fuga en el punto de partida de la caravana de migrantes

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Esta experiencia hace creer a la directora que sí es posible que los jóvenes que han formado parte de las maras salgan de esa situación y puedan llevar una vida normal. “Recuerdo su rostro cuando entró al centro” dice Leslie. “Él preguntó que si él podía estar en nuestro programa y yo le dije que si él quería sí. Y él desde ese día no ha faltado hasta hoy que está terminando ya su periodo, muy preocupado porque se acercó muchas veces a mi preguntándome qué va a ser de mi cuando salga del centro educativo, porque él realmente no quiere seguir en este tipo de situación. Estuvo muy inmerso en la mara y en el problema de la droga, le ha sido muy difícil incluso ser aceptado por sus propios compañeros”. A veces, incluso los profesores no tienen las respuestas para poder ayudarles en esa situación, reconoce Leslie, pero “intentamos que ellos se sientan acogidos, en un espacio bueno donde se sientan esperanzados para poder continuar con esta vida que es muy difícil para ellos”.

Hemos podido hablar con Jorge, uno de los compañeros de ese joven. Asegura que cuando se conocieron, éste ya estaba enganchado a la marihuana, consumía cocaína, hasta que cayó enfermo y quedó en coma. A partir de ahí “los mareros le dijeron que si quería meterse en la mara. Él les decía que no, pero ellos le exigían, hasta que llegó a un tope y dijo que sí”. “Es duro también meterse a esas cosas”, explica Jorge, “porque es difícil salir. Si cae preso y después sale, lo matan”.

La captación de las maras ocurre poco a poco. Jorge cuenta que a su amigo “le fueron exigiendo que hiciera cosas como ir a vender marihuana”. Ahora, tras su paso por la escuela, “está mejorando y se está alejando de la calle”, asegura su compañero, y las maras ya no le toman en cuenta por haber salido. Jorge asegura que en el instituto se siente más seguro que en la calle, porque “en la calle hay mucha villa mala también, y aquí en el colegio uno conoce a los compañeros”.

Una de las principales causas que el centro señala como culpables de que tantos jóvenes acaben acercándose a grupos violentos es que hay muchas madres solteras, o los padres trabajan y los chicos se quedan solos en casa. “Cuando ellos quedan solos en casa es cuando llegan las invitaciones de los amigos cercanos, y es ahí cuando los muchachos optan por entrar a otros grupos donde ellos se sientan acogidos, porque lo que pasa con el tema de las maras es que los hacen sentir bien, los hacen sentir acogidos e importantes”, señala Leslie. Otra de las situaciones que propician su captación es que una vez que terminan el sexto grado se encuentran con que no tienen ninguna oportunidad. Pero no solo pertenecer a la mara te marca para toda la vida, sino también simplemente vivir en las zonas en las que operan. “Cuando ellos dicen que viven en los lugares donde hay maras no les aceptan en los trabajos, entonces tienen que inventarse otras direcciones”, explica Leslie.

Ahora el centro educativo se está replanteando su situación, para convertirse en un centro de atención comunitaria con una psicóloga de planta y espacios más lúdicos, según explica Leslie. Esto permitiría a los jóvenes tener una alternativa a las bandas para llenar su tiempo de ocio y sentirse en un espacio seguro que les permita olvidarse de dónde viven. Los jóvenes que llegan al centro tras haber formado parte de las maras “presentan muy baja autoestima, no confían en la gente porque han sido maltratados” y temen volver a sufrir. En el centro trabajan con los jóvenes en grupo, en lo que llaman “círculos restaurativos” con una psicóloga, para que puedan expresarse y contar las experiencias que más les duelen para buscar entre todos una respuesta.

Leslie se siente dolida cuando ve la caravana migratoria que se dirige hacia EEUU. “Quisiera tener el poder para que mi pueblo, mi familia, no pasara por esto”, asegura. En la escuela hay chicos cuyas familias han tenido que sumarse a la caravana porque no tienen otra forma de sobrevivir en Honduras, sobre todo por la falta de trabajo y el hambre.

¿Por qué huyen del país?

La violencia y el miedo se respiran en el ambiente, nos describe Jon Egaña, y por eso es tan complicado que la gente se anime a expresar cuál es su situación. Ese peligro se vive también por ejemplo en las carreteras. De hecho, la de chófer es una de las profesiones más peligrosas. Felipe Huete, conductor que ha acompañado a los periodistas estos días, ha vivido muchas situaciones violentas, algo que describe como común en el país. Para ellos “ver que en el día a día matan a cantidad de personas no es problema porque estamos acostumbrados a esto”, cuenta Felipe, que recuerda por ejemplo cómo se publicó de forma alarmante en los medios de todo el mundo cuando se puso una cabeza humana en la portería de un campo de fútbol, algo que para ellos es normal, insiste, como “ver sacos en la calle que son personas descuartizadas es común aquí”.

Todos los ciudadanos de Honduras viven un sinfín de riesgos a diario. Felipe teme que alguien le asalte y le pueda robar el coche o matarle cada vez que frena en un semáforo. “Es un país donde la impunidad es grande y la corrupción es mayor, entonces no tenemos problema de que maten personas y que nos maten a nosotros”. Felipe destaca además los problemas económicos que sufren los hondureños. La cesta de la compra cuesta unos 15.000 lempiras al mes, pero el salario mínimo está en 7.000 y en muchos trabajos no pagan más que 5.000 al mes. La falta de trabajo les asfixia. Por eso asegura que las caravanas que salen a diario “no se van de aquí porque quieren, se van porque se obligan, porque aquí no hay comida, no hay trabajo”.

Pero esta situación de violencia normalizada no se ha dado siempre. Felipe recuerda que antes de los años 90 no era tan excesivo y denuncia que “les han robado la paz” y la vida se ha dificultado en los últimos 30 años. La culpa es del narcotráfico y del crimen organizado, en el que “está la mejor delincuencia del país, que es la policía y podríamos decir que hasta los miembros del Estado, tanto diputados como autoridades militares, judiciales”. Tanto es así, insiste Felipe, que “si a mí me van a matar, hay un operativo que cuida al que me va a matar, no a mí”.

La violencia y la corrupción que la ampara fuerza a muchos a abandonar el país. Algunos hacia España, a la que llaman “la madre patria”. A diario salen de la ciudad dos o tres autobuses con personas que se pueden permitir pagar un “coyote”, de entre 7.000 y 10.000 dólares. Así se van cada día de 300 a 500 personas, según cuenta Felipe. “El problema de la caravana es que lo hizo público, y eso dolió al Estado”, asegura. Felipe agradece su iniciativa a aquellos que se atrevieron a iniciar la caravana y está convencido de que le tocará a él marcharse en algún momento también.

 
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