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CARTA

Celia Badía: Estoy orgullosa de ser nieta de Leoncio

Celia nos escribió esta carta cuando escuchó el documental sobre su abuelo

Valencia

Mi nombre es Celia Badía Soriano. Soy nieta de Leoncio. He crecido escuchando la historia de mi abuelo, sobre todo a través de las fabulosas narraciones de mi tía Maruja. En ellas, desprendía siempre una entrañable admiración hacia él. No lo puede evitar, siempre tiene “al pare” presente y le enorgullece hablar de él.

Cuando escuché el documental en el que se reconocía la labor tan humana de mi abuelo, una gran emoción me invadió. Sentía frío, sentía calor, sentía que mi pecho se ensanchaba para intentar abarcar tantos sentimientos. Nada más oír su nombre, “ Leoncio Badía Navarro “ -qué potente suena, qué literario-, no pude contener el llanto. Un llanto que pasó por varias fases. Al principio fue un llanto silencioso, lágrimas lentas que expresaban una gran ternura y nostalgia hacia su figura, un hombre con el que me hubiera gustado pasar más tiempo para empaparme de su sabiduría. Murió cuando yo tenía ocho años. Era un hombre inteligente, valiente, con un gran corazón. Estas son algunas de las palabras que siempre escuché decir a mis padres y a mis tíos sobre él. Así fui, poco a poco, contruyendo un referente.

A medida que el documental avanzaba y escuchaba los testimonios de las personas a las que ayudó, la forma en que describían los trozos de tela que todavía conservan, objetos aparentemente insignificantes pero con una simbología llena de amor hacía el ser humano y con los que intentó aliviar tanto sufrimiento, mi llanto se volvió más brusco, más profundo. En mi garganta penetró el dolor de las víctimas, el de sus seres queridos y el de mi abuelo, que tuvo que contemplar en silencio tanto sufrimiento, tanta desesperación y tanta crueldad. Finalmente, mi llanto se sosegó y dejó paso a un inmenso orgullo. Orgullo por la historia tan increíble y extraordinariamente preciosa de mi abuelo que nos ha dejado un importante legado de humanidad y rechazo absoluto al odio.

Cuando terminó el programa, una fuerza interior me llevó a visitar el cementerio donde está enterrado, el cementerio de Paterna. Necesitaba verlo, necesitaba sentir su presencia, envolverme en la magia de su historia. Era la misma fuerza que me me había llevado, cuando solo tenía ocho años, a asistir a su entierro. Ya entonces, una conexión especial e incomprensible me empujó a despedirme de él, a estar cerca de su cuerpo inerte. Ya no podía decirme nada, pero podía sentirle.

Aquel día, yo estaba al cuidado de mi abuela materna y tanto insistí que no tuvo más opción que llevarme a la iglesia. No pudimos entrar. Estaba llena. Mucha gente se había quedado fuera. No se podía avanzar y nos quedamos en una esquina, frente al templo. Allí, en mi pequeña cabecita despertó el siguiente pensamiento: “que importante tenía que ser mi abuelo porque ha venido muchísima gente a despedirse de él “.

Ahora, ya de adulta, ante su tumba, las lágrimas volvieron a deslizarse por mis mejillas, juntándose unas con otras como una carrera de relevos. Cerré los ojos y por mi mente pasaban, como fotogramas, la información que había retenido. Podía verlo allí, en el cementerio, realizando sus tareas de enterrador con una meticulosa dulzura y valentía, con una inteligencia visionaria gracias a la cuál, en un futuro, se podrían identificar los cuerpos de tantos fusilados al descubrir las botellitas de cristal con el nombre de las víctimas que introdujo junto a los cadáveres. Imágenes llenas de significados, sentimientos y emociones que evocan en mí un profundo orgullo. Soy la nieta de Leoncio Badía Navarro, un gran hombre que aportó dignidad al ser humano.

 
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