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¿Está usted a favor?

La escritora Espido Freire nos adentra en la multidisciplinariedad artística de Sidonie Gabrielle Colette

Manuel Freres

Madrid

Ni la inteligencia, ni el encanto personal, ni la educación que recibió de unos padres liberales llibró a Sidonie Gabrielle Colette de enamorarse de un imbécil: eso no hubiera pasado de ser una triste anécdota vital sino fuera porque dicho caballero, bastante mayor que ella, en esos tiempos en los que era habitual y bien visto, el casarse siendo menor de edad, se dedicó a explotarla y a suplantarla durante un buen número de años. Colette, que se asemejaba mucho a la joven y encantadora Claudine, de sus novelas, accedió a servir como negra de su marido sin demasiada resistencia. Willy, su marido, había hecho de ello una práctica habitual, y gozaba de cierta fama como autor... completamente inmerecida. Ese desprecio por el talento de su mujer se combinaba con una inveterada tendencia a la infidelidad. Willy encadenaba sus aventuras con mujeres, y no le preocupaba que Colette también las tuviera, con mujeres. A su juicio, un devaneo de su esposa solo era relevante si lo mantenía con un hombre. Las mujeres eran... juegos, o coqueteos, o motivos de excitación.

Esa bisexualidad de Colette, unida a sus siguiente matrimonios, y a una actitud al mismo tiempo ambigua y muy definida sobre sus amores y sus relaciones la convirtieron en un escándalo social y en una figura admirada. Colette no solo escribía novelas de iniciación vital y provocaba cotilleos, algunos de ellos tan jugosos como los que involucraban a una de las hermanas Clifford o a su propio hijastro, sino que se adentraba en el teatro, era periodista, escribía para publicidad, actuaba o montaba negocios ajenos a su profesión, con una pregunta, muy ácida, para la época. ¿Está usted a favor de la dedicación profesional de un escritor? Es decir, ¿la intelectualidad de su tiempo exigía que un escritor se dedicara únicamente a escribir, o merecía igual respeto quienes procedían de otras áreas, o quienes combinaban el hecho de escribir con otras actividades?

Esa pregunta aún no se ha respondido de manera inequívoca. Colette, que recibió al final de su vida y sobre todo en su entierro los honores máximos dedicados a un escritor francés, se movió mientras respiraba en terrenos muy quebradizos. Frente al peso de una Durás, o la incuestionable influencia de Camus o de Valéry, Colette resultaba mucho más cambiante, con una prosa delicada que no entraba a juzgar comportamientos sexuales o morales. Fueron años de espléndidos autores, muchos de ellos ya clásicos, que revolucionaron la manera de enfocar la privacidad: pero desde Simone de Beauvoir a Cocteu, ninguno de ellos se escapó de la tentación de emitir opiniones, algunas de ellas contundentes, sobre qué sentir o con quién sentirlo.

Colette, en El trigo verde, habla de lo mismo que en Sido o en Claudine va a la escuela, de la libertad y de sus delicias, de la pasión y de lo bello que es lo que se encuentra ante sus ojos. No intenta adoctrinar y eso fue algo que no le perdonaron, el que no supieran por dónde atacarla, si por libertina o por perversora. Las adaptaciones de sus obras al cine, en cambio, gozaron de gran éxito, quizás porque la imagen permitía pasar por alto la carga de profundidad de sus textos, y porque las maravillosas actrices escogidas, Leslie Caron o Audrey Hepburn, podían resultar ingenuas sin el toque de perversidad o de abierta sexualidad de los originales. No es casual que fuera amiga y admiradora de Proust. Ambos compartían el amor por el lenguaje y su precisión, la contemplación aguda de lo que les rodeaba, las relaciones clandestinas, y una voluptuosidad que late a lo largo de toda su obra. Colette no solo se desnudó en el escenario, para placer de quienes admiraban su belleza y escándalo de quienes creían así acabada su carrera como escritora: caminó desnuda toda su vida, desde los amaneceres que le regalaba su madre para que saliera al campo, sola, al alba, para ver cómo el mundo y la vida se despertaban.

¿Está usted a favor?

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