Confesiones de un 'taxicómano'

Madrid

Siempre he pensado que los conflictos, igual que las discusiones, no se ganan o se pierden sólo por los argumentos de cada parte, que también, sino por la forma de defenderlos.

Alguien que esté en un debate, por ejemplo, puede quedar en evidencia por mucha razón que tenga si se comporta como un energúmeno. Y un colectivo, me da igual que sea un partido político, una ONG, un club de fútbol o cualquier asociación, puede estar cargado de buenas intenciones, pero como tenga un líder, o un portavoz, o varios, que metan la pata pues también está condenado al fracaso.

Me viene todo esto a la cabeza a raíz del conflicto del taxi. Yo he defendido desde hace tiempo que taxistas y VTC, los vehículos de turismo con conductor, necesitan una regulación para poder convivir; competir en igualdad de condiciones. Y lo dije muy al principio de todo este lío, hace años: no se puede dar la bienvenida, sin más, a nuevos sistemas de transporte en aras de la modernidad sin proteger los derechos de los taxistas que son un servicio público y están regulados como tal. Vamos a un cambio de modelo, es absurdo rebelarse contra ello, pero tiene que haber una transición ordenada. Esa es tarea de las administraciones, de todas, y como no han hecho los deberes pasa lo que pasa. Pero dicho esto, creo sinceramente, que el gremio del taxi se está equivocando y mucho en las formas. Esta mañana gritaban “guerra, guerra” en la castellana.

Un tal “peseto loco” que se ha hecho ya famoso, se ha dedicado a trolear videos de Cabify llamándoles ladrones y cucarachas. Un portavoz de los taxistas de Barcelona ha aconsejado a los conductores de VTC que se queden sin trabajo, “que cojan a los que les han vendido toda esta mierda, literal, y les demanden”. Y un portavoz o no portavoz, me da igual de los taxistas de Madrid, se extrañaba hoy de que la policía les desalojara porque el ministro del interior es de izquierdas y homosexual. Yo no veo que nada de esto pueda ayudar a sus legítimas demandas. Tampoco sabotear la movilidad en una gran ciudad como Madrid o Barcelona. Ni tampoco pinchar ruedas, ni romper cristales, ni zarandear a nadie, en fin, si les sirve mi ejemplo, yo que presumo de ser taxicómano, de usar el taxi muy a menudo, y también a veces Cabify, porque no es incompatible. Me gustaría conservar esa adicción. Pero estos días, en algún momento he flaqueado un poco. Y no creo ser el único.