La verdad
Los políticos son tan conscientes del impacto mediático de sus declaraciones que la verdad se ha convertido en su peor enemigo
La buena letra es el disfraz de las mentiras. La sentencia que titula y resume una de las grandes novelas españolas del siglo XX, me vuelve últimamente a la memoria. Se diría que esta frase de Rafael Chirbes no tiene sentido hoy, cuando ya casi nadie escribe a mano, pero su sentido permanece intacto. Adaptándolo a la actualidad, podríamos decir que las bellas palabras son el disfraz de las mentiras. Algunas, como libertad, como unidad, como democracia, se repiten tanto que están adelgazando hasta la transparencia, amenazando con desaparecer, pero cada líder tiene sus favoritas.
Quim Torra proclama la voluntad de un pueblo solo y sabe que miente, tanto como Puigdemont cuando ofrece a Rusia una gran relación comercial con la República Catalana. Theresa May habla una y otra vez de renegociación, y gana votaciones parlamentarias gracias a una promesa que sabe que no podrá cumplir. En Venezuela, Maduro y Guaidó usan constantemente los mismos términos, patria, pueblo, libertad, soberanía, pero a ninguno de los dos les gusta hablar del petróleo.
En las sedes de los partidos brillan las navajas como siempre y relucen las sonrisas como nunca. Los políticos son tan conscientes del impacto mediático de sus declaraciones que la verdad se ha convertido en su peor enemigo. Donald Trump les ha enseñado el camino. Para triunfar, lo que importa es ofrecer un titular contundente, impactar en las redes sociales y quedar bien en la foto. Pero las bellas palabras no lograrán asfixiar a la verdad. Antes o después, asomará la cabeza y se vengará de nosotros, ya lo verán.