Nadine Labaki: ''A los que dicen que no es real, les invito a que vayan a ver a los refugiados"
La directora libanesa retrata en 'Cafarnaúm', Premio del Jurado en Cannes, la miseria a la que están expuestos los refugiados sirios y los inmigrantes en una Europa que mira para otro lado
Madrid
Dice Román Gubern en su biblia Historia del Cine que las películas sirven como barómetro de las preocupaciones colectivas. Lo que empezó como un retrato de las obreras saliendo de la fábrica ha derivado en un arte, un entretenimiento y una industria, que todavía tiene una buenísima utilidad social: nos ayuda a saber cuál es la mirada que tiene una sociedad sobre un aspecto concreto. Por ejemplo, de la pobreza.
Cuando el cine se fija en la marginalidad social, lo hace con un interés claramente narrativo, para captar la atención o emoción de los espectadores. Generalmente es un relato burgués, que mira desde fuera esa marginalidad. Dos cosas muy cuestionadas por la crítica, sobre todo la crítica masculina, blanca y heterosexual. Sin embargo, añade el sociólogo Javier Cantón, el cine añade el plus de iluminar zonas de la sociedad que hasta ese momento habían estado a oscuras. "Hace visibles a los ojos del espectador y describe realidades que son cotidianamente invisibles, descubriendo espacios sociales desconocidos, lo que transformará su percepción del mundo, su conciencia, sus estereotipos y prejuicios, incluso sus valores morales", explica.
Por eso sorprende, o no, las críticas airadas a cineastas que han utilizado su trabajo para reflejar a aquellos que, desgraciadamente no pueden representarse a sí mismos, como diría Edward Said, puesto que no pueden permitirse coger una cámara y grabar su propia historia. A Ken Loach, o a los Dardenne se suma ahora Nadine Labaki, que recibió abucheos tras su paso por Cannes, donde ganó el Premio del Jurado con Cafarnaúm. "Pornografía emocional" era el insulto dedicado a este drama sobre un niño refugiado en Líbano que denuncia a sus padres sirios por haberle traído al mundo.
"Denuncia a sus padres para denunciar al sistema", sentenciaba Labaki que ha soportado todo tipo de críticas. Que si sus niños eran como modelos, que si la música era excesiva -aparece en contadas escenas-, que si a una familia le pasan todas las calamidades, que si los refugiados no viven así, que si era la peor película en sección oficial de los últimos 15 años... Ella contesta tajante. "Vivimos un momento en que nadie quiere sentir, emocionarse, sentirse culpable. A todos esos que escriben sus críticas sentados en sus cafés de París y dicen que esta película no retrata la realidad, solo tengo una cosa que decirles, que vayan allí y vean lo que hay, porque es todo mucho peor de lo que muestra esta película".
Cafarnaúm, nominada al Oscar a mejor película extranjera, habla de las duras condiciones de los niños en esos campos de refugiados que enseñan los medios de comunicación. También de la responsabilidad de los padres, insertos en costumbres y marginalidades endémicas. Pero sobre todo, de la incapacidad de las instituciones para hacer frente a la desigualdad. "Yo culpo al sistema. Los padres son unas víctimas y culpables a la vez. Estamos en un sistema caduco que agoniza. Los niños son las víctimas de ese sistema que no funciona, que no encuentra soluciones y que por ello les excluye", decía la directora en el pasado Festival de San Sebastián.
Las escenas más duras se producen por la falta de asistencia de Hospitales, que no atienden a aquellos que no sean ciudadanos libaneses. Un toque de atención para Líbano, pero también para países ricos como el nuestro, que quitó la sanidad universal en época del PP, o para Estados Unidos donde nunca existió. "No somos conscientes de las generaciones de miles de millones de niños que están creciendo enfadados, con odio, con rencor por cerrar las fronteras. Esta gente lo único que busca es sobrevivir", añadía la directora de películas como Caramel o ¿Y ahora adónde vamos?
Labaki hizo el casting en la calle y ha rodado en las barriadas llenas de chabolas y miseria donde viven miles y miles de refugiados sirios e inmigrantes sin que ni Líbano ni Europa hagan nada. Adoptó al bebé que aparece en la película y encontró a Zain Al Rafeea, un niño de 12 años que vivía en una realidad similar a la del personaje que interpreta. "Miles de niños viven en la miseria con sus padres y sus muchos hermanos", cuenta Labaki que este fotogénico niño de 12 años, vive ahora en Suecia con sus padres. Zain está ahora en Los Ángeles en plena campaña de los Oscar, hazaña complicada, teniendo en cuenta que Roma, de Cuarón, es su principal rival.
Cafarnaúm era un lugar bíblico conocido por su desorden. Ese desorden queda filmado por Labaki en planos cenitales rodados con drones, queda también en la suciedad de las casas y los niños, lo único que para la directora puede hacer empatizar a una sociedad que ha silenciado y oscurecido aquello que no le interesa ver. Si la foto del niño Aylan, muerto en una playa cuando huía en una patera, conmocionó a Europa, Cafarnaúm ha hecho llorar a otros tantos. Ha mostrado una atrocidad anquilosada y escondida que los políticos no piensan solucionar. ¿Podrá hacerlo el arte? Para Labaki, "Ya solo queda el arte. Y sí, creo que una película puede hacer más que cien discursos políticos".
Decía Susan Sontag que para que las fotografías puedan suscitar una respuesta moral, deben conservar no solo la capacidad de impactar sino, también, la de apelar a nuestro sentido de la obligación moral. ¿Han perdido las fotografías o el cine ese poder? Sin duda, después de la foto del niño Aylan, poco se ha movilizado la población para exigir a sus políticos que cambien las reglas del juego y se solucione la crisis humanitaria de refugiados y migrantes. Probablemente el cine no cambie el mundo, no lo ha hecho hasta ahora, pero sí puede modificar, otra vez en palabras de Sontag, las opiniones y juicios.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...