Benjamin y la indigencia

Madrid

A veces es bueno detenerse. A veces uno lo hace por fuerza, porque obliga la salud y el reposo se impone por prescripción facultativa. La ocasión puede servir, entre otras cosas, para afrontar alguna de esas lecturas siempre aplazadas. Por ejemplo, la de la monumental biografía de Walter Benjamin de Howard Eiland y Michael Jennings, un viaje fascinante a la vida y prodigios de una de las más lúcidas mentes del siglo XX. Un trabajo extraordinario, por desgracia no traducido al español, que permite ponderar no sólo la inmensidad, la originalidad y la sutileza del legado intelectual de Benjamin sino también la dureza de la breve existencia en que lo produjo. Alemán por los cuatro costados, padeció el destino atroz de verse negado por su país y su cultura por el hecho de ser judío, y hubo de vivir en el exilio y la indigencia. La universidad de Frankfurt rechazó su tesis y muchas de sus obras maestras no hallaron jamás editor. Vivió tan pobre que había épocas en que no salía de la cama por no consumir las energías que no podía reponer. Le dieron sólo 60 marcos por su estudio sobre Kafka, el texto más penetrante jamás escrito sobre el autor checo, y sólo después de mucho reclamarlos. Escribió con el dramaturgo Speyer una obra de corte policial que llegó a convertirse en un filme de Hollywood, pero nunca le pagaron derechos ni le reconocieron la coautoría. Le debemos lecturas insuperables de Proust, Baudelaire o Goethe, la intuición de cómo la tecnología revolucionaría el arte y la vida y una inigualada visión de la Historia. Murió solo y aterrado en Portbou, Gerona, adonde llegó perseguido por la Gestapo. Sus huesos reposan en una fosa común. Su mirada sigue alumbrando nuestros días.