La valentía de Estrella Morente
La heredera del eterno Enrique Morente regresa a Barcelona con una actuación excelsa en el Gran Teatre del Liceu
Barcelona
Estrella Morente es una valiente, nunca se arruga y no se observa una duda en sus movimientos. Por grande que sea el reto, siempre saca nota alta. Es una buena estudiante, a ella no hay asignatura que se la resista. Y no solo eso, también tiene el instinto afilado. Para seleccionar, para elegir el momento.
Tras unos años, no podemos decir que en el dique seco, pero sin entregar un disco nuevo, ha tomado de nuevo la dirección correcta. O cuanto menos, la que le apetecía. Y esta vez, tras desglosar el flamenco en todas sus modalidades, acariciar el aroma del jazz, el de la clásica, e incluso la música brasileña, se mete a fondo en la copla. Un género cercano, hermano a su manera de ese flamenco que la ha dado tantas alegrías. Si bien, el reto la exigía igualmente, pues las cosas se pueden hacer bien, mal o regular, a pesar de conocer bien el terreno. Y en este caso, como acostumbra, Estrella lo borda. En disco y, obviamente defendiéndolo en un escenario.
Para presentar Copla se ha preparado a conciencia, no deja detalles al azar, con veintidós músicos de orquesta, y dos directores distintos (José Enrique de la Vega y Camilo Irizo). Dividido en dos actos, en una primera tanda la protagonista de la noche sale como un ciclón y concentrada al máximo, muy metida en el papel de coplera, atenta a no cometer errores, la suya es una apuesta súper exigente y profesional. Con una seguridad aplastante que no deja lugar a la improvisación en sus primeros pasos, algo que si sucederá más tarde al abordar otras temáticas como guiño a sus orígenes.
De entrada suena Madrina, simplemente para cogerle el pulso a la escena, a la atmósfera, toma el control con Rocío, y como intervalo una suite instrumental con imágenes en blanco y negro de las pioneras de la copla. En Miedo le canta a algo que precisamente, y visto lo visto, ella desconoce, y en Yo soy esa se crece, va dos palmos por encima del escenario del sagrado Liceo. Seguidamente, se cambia al traje para puntear una tanda de flamenco puro y soberano, caldea el ambiente como nadie lo hace, incluso simula con arte romperse la camisa. De resultas, se acomoda un último vestido (el tercero de la noche), esta vez es negro y con la mejor de las intenciones para cantar ¡Ay pena, penita!, ese clásico popular que últimamente han hecho Silvia Pérez Cruz, María Rodés o Leonor Watling, con el recuerdo permanente a Lola Flores.
En el programa establecido de antemano (dan uno a la entrada en papel junto a un clavel, un bonito detalle para retrotraernos a otras épocas), no consta una interpretación sentida de Suspiros de España, sin embargo la gestiona con suma habilidad. Es justamente el tema que la inspiró su abuela, su verdadera heroína (presente en la platea junto a sus dos hermanos), y así coger el testigo de un proyecto que encaja con su personalidad, con su forma de actuar. Lo dicho; una valiente.