La factura verde
Cuando la inacción de gobiernos y empresas radicalice la postura de estos jovenes que luchan por el cambio climático, dejarán de ser simpáticos y esperanzadores, se convertirán en unos antisistema y serán juzgados con severidad por los mismos que hoy los aplauden
La factura verde
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Madrid
Hoy, todavía hoy, casi todo el mundo mira con simpatía la movilización de los jóvenes estudiantes de todo el mundo por el clima. Qué esperanzador, se oye decir aquí y allá. Este viernes, los estudiantes españoles se suman a la protesta que inició en verano una joven sueca de 16 años y se ha extendido hasta Australia. Los viernes por el clima o el 15M verde, lo llaman.
Hoy, todavía hoy, resultan simpáticos incluso a los gobiernos y a los sectores económicos que no responden con la urgencia -incluso con el dramatismo que esta semana reclamó la ONU- para intentar frenar el cambio climático.
Cuando la inacción de gobiernos y empresas radicalice la postura de estos jovenes, dejarán de ser simpáticos y esperanzadores, se convertirán en unos antisistema y serán juzgados con severidad por los mismos que hoy los aplauden.
Es el mismo proceso que vimos con la desigualdad que dejó al descubierto e hizo crecer la crisis del 2008. Todo el mundo entendió la explosión de indignación que siguió a la crisis, hasta que los indignados llegaron a los parlamentos y pidieron medidas políticas concretas y radicales para acabar con la brecha de riqueza. Se acabó la simpatía en un abrir y cerrar de ojos. Es todo muy complejo, se argumenta hoy como ayer, y nadie está dispuesto a explicar con valentía que la transición energética, de producción y de costumbres, tiene costes. Hay que discutir cómo se paga la factura -que será más alta cuanto más se tarde en asumirla- y hay que discutir cómo se reparte el juego de la economía verde.