Cataluña merece algo más
Josep Ramoneda analiza el sainete de Torra y sus lazos, la ruptura de la coalición electoral entre el PNV y PDeCat para las europeas y el ascenso de la extrema derecha en Holanda
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Barcelona
No, la política no es un juego de patio de colegio, ni una treta de niño díscolo que disfruta burlándose del profesor. Cataluña merece algo más. El sainete de Torra y sus lazos solo puede explicarse por impotencia o por falta de proyecto y ambición. Si realmente considera que pasar de lazos amarillos a lazos blancos para seguir manteniendo la tensión con la Junta Electoral Central es un brillante ejercicio de resistencia democrática ante el Estado español apaga y vámonos. Y si lo que busca es incorporarse a la lista de los represaliados, entonces ya es puro infantilismo. Por este camino, el independentismo corre el riesgo de entrar en una fase acelerada de pérdida del capital acumulado.
Como ejemplo, un botón, mientras Torra se entretiene en sus divertimentos reivindicativos, acaba de perder a los pocos aliados que tenía en España: sus primos hermanos del Partido Nacionalista Vasco, que rompen su coalición para las elecciones europeas. La candidatura de Puigdemont les pareció una burla excesiva. “Aquí no pintamos nada”, ha dicho Andoni Ortuzar. O sea, que la estrategia Puigdemont-Torra en vez de sumar, resta.
La extrema derecha holandesa se hace con el Senado y promete menos inmigración y menos tonterías climáticas. De Europa a América, de Vox y compañía a Trump y Bolsonaro la doctrina esta unificada: xenofobia, antifeminismo, negacionismo climático y patriotismo trascendental. Lo dijo Bolsonaro ante Trump: “Respetamos la familia tradicional, somos temerosos de Dios, estamos en contra de la ideología de género y de lo políticamente correcto”.
Escribe el filósofo Santiago Alba Rico en el diario Ara: “La Constitución del 78 funda un Estado de derecho muy limitado precisamente porque se declara a sí misma, de facto, casi irreformable”. Y, por tanto, es muy difícil ampliar los límites de lo posible. De ahí que un problema político como el catalán acaba tomando dimensiones de crisis de Estado.