Guinness
Es evidente que las convicciones democráticas de Albert Rivera están supeditadas a sus intereses electorales
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Albert Rivera tiene una facilidad asombrosa para hacerme cambiar de opinión. Cuando presentó a Soraya Rodríguez, flamante número tres en su lista para Europa, como una “política de convicción”, decidí dedicarle esta columna. Me parece, como mínimo, notable elegir el término convicción para hablar de alguien que ha ocupado cargos en el PSOE durante los últimos veinticinco años sin interrupción, antes de fichar por Ciudadanos con el candor de una niña vestida de Primera Comunión. La convicción de Rodríguez, diputada del PSOE hasta que se disolvió el Congreso, le ha permitido viajar desde el socialismo hasta la foto de Colón en un mes escaso. Con eso, podría optar al libro Guinness de los récords. Pero aquí la dejo porque ayer, al ser preguntado por los audios que parecen demostrar que la policía patriótica de Fernández Díaz visitó en Nueva York a un exministro de Chaves para fabricar pruebas falsas contra Podemos, Rivera respondió a los periodistas que le preguntaran al PP, que él no tenía nada que decir. Eso también es digno de un récord Guinness.
Que un aspirante a la presidencia del gobierno de España se lave las manos ante la guerra sucia que el Estado declaró a un enemigo político, es intolerable, pero todavía resulta más incomprensible que Rivera no se dé cuenta de lo que implican sus palabras. Si habló sin pensar, malo. Si pensó lo que decía, peor. En el mejor de los casos, es evidente que sus convicciones democráticas están supeditadas a sus intereses electorales. Y eso no lo supera ni Soraya Rodríguez.