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El dietario de Ramoneda

Piñón fijo

Josep Ramoneda analiza la obsesión con la confrontación y el 155 de Albert Rivera tras su reunión con Sánchez, su negativa a apoyar un gobierno socialista y la posición de Pablo Iglesias al finalizar su entrevista en Moncloa con el presidente en funciones

Piñón fijo

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Barcelona

Pablo Casado anda groggy desde la derrota del día 28. Lleva puesta una triste media sonrisa como si sintiera vergüenza de salir a la calle. Así se presentó humilde ante Pedro Sánchez y así va de un lado para otro a la espera de lo que ocurra el 26 de mayo. Albert Rivera se considera ganador, aunque no se sabe muy bien de qué, y sigue con el ceño fruncido y el estado de enfado permanente que le caracteriza y que debe considerar que ha sido la clave de su éxito. Poco importa que los españoles hayan dado señales de distensión respecto a la cuestión catalana que, mientras los políticos se pelean, ellos ya dan por medio amortizada. Fiel a sí mismo Rivera le ofrece a Sánchez el voto de los suyos si aplica el 155, que el líder de Ciudadanos sigue considerando prioritario. Piñón fijo. Desde luego cada cual lee las elecciones cómo le pide el cuerpo.

Pero el “No es no “de Rivera le está costando el enfado de los poderes fácticos, que le habían adoptado porque les parecía un chico apto para todo servicio. Ahora los que le encontraban todas las gracias, expresan su enfado con calificativos nada amables. Así se le describe, por ejemplo, como enardecido, dominado por una precoz y desordenada ambición. Frente a los que contaban con él para que el nuevo gobierno no se decantara a la izquierda, Rivera tiene un objetivo claro: liderar a la derecha, y para ello prefiere seguir una estrategia lenta de desgaste a los vecinos de cada lado, que resignarse a las cuotas de poder que podría arrancar de un pacto con el PSOE. El tiempo le quitará o le dará la razón.

La batalla por el centro siempre es algo ficticia. El centro es un no lugar ideológico y al que consigue el pleno de los suyos siempre le cae por añadidura. Sánchez tiene mucho a ganar si logra un pacto de legislatura sólido con Podemos. A las gentes de izquierdas que salieron de su letargo para votarle contra el tripartito de la derecha les costaría perdonarle que no lo hiciera. Quieren un cambio de clima y de agenda hartos de que la pelea de las patrias pase por delante de sus problemas. Podemos lo sabe y además, después de tantas turbulencias, no está como para ponerse demasiado exigente.

 
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