El tiempo en que leían

Madrid

Hubo un tiempo en el que los líderes leían libros. O al menos decían que lo hacían en las entrevistas, y así catapultaban al éxito los títulos que citaban. Lo hizo Bill Clinton con García Márquez o Felipe González con Marguerite Yourcenar. Daba buen tono de cara al electorado decir que uno era lector, y mencionar autores que sugerían un perfil reflexivo y atento a los matices, incluso sesudo en algún caso. Ese tiempo pasó, como hemos visto en una campaña electoral en la que la cultura ha estado completamente ausente, salvo la respuesta forzada y más bien rutinaria a una pregunta en un debate auspiciado por una cadena de televisión cuyo capital pertenece a una empresa que también edita libros. También lo vemos en la falta sistemática de referencias literarias en los discursos políticos, más allá de dos o tres lugares comunes y de alguna cita rebuscada por algún asesor que el candidato declama con gesto notorio de no haber leído jamás el texto original. Ahora, todo lo más, los que pugnan por gobernarnos citan teleseries de éxito o sagas de películas galácticas, que en algún caso resultan entretenidas y hasta ingeniosas, pero que se hallan a varios años-luz de complejidad de lo que leían los políticos de antaño. Luego nos asombraremos de que en sus trifulcas, televisadas o tuiteadas, caigan con tal rapidez en el argumento pueril. Sin embargo, haremos mal en atribuirles toda la responsabilidad: sus asesores les dicen, por algo, que bajen a ese nivel.