Los suburbios de París por fin llegan al Festival de Cannes
El realizador francés, de origen maliense, Ladj Ly, emociona con 'Les Misérables', un retrato duro y realista sobre la violencia policial en los suburbios de París
Cannes
"Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”, escribió Victor Hugo en Los miserables. Una novela que sigue vigente, como ha demostrado el director francés Ladj Ly, que ha debutado en el Festival de Cine de Cannes con Les Misérables. De origen maliense, Ly ya tiene un César por el corto en el que se basa su ópera prima. De ella no solo coge el título de la novela, también la tesis de su autor. La pobreza, la exclusión y la marginalidad de occidente son las causantes de la violencia de la sociedad. Una tesis que habíamos visto en otros directores galos, como Jacques Audiard, que ganó la Palma de Oro, aquí en Cannes, con Dhepaan, un thriller ambientado también en las barriadas parisinas. O también en otro clásico francés, La haine (El odio), película de Mathieu Kassovitz de 1995.
Sin embargo, Ladj Ly, activista y realizador, se aleja del thriller y se adentra en el realismo sucio, mostrando el día a día de una patrulla de policía que trata de mantener el orden en uno de esos barrios de las afueras con miedo a que se repita lo ocurrido en el año 2005, cuando se desataron una masiva quema de coches y disturbios en distintos puntos de París. Tres policías -interpretados por Damien Bonnard, Alexis Manenti y Djibril Zonga- que recorren los mercadillos, sonsacan a los líderes del barrio y tienen controlada a toda la población, pistola en mano. Todo en orden hasta que un día un drone filma cómo uno de los agentes dispara a un niño.
Más de 20 años han pasado de la denuncia de Kassovitz, pero las circunstancias de los habitantes siguen siendo las mismas. No hay trabajo, no hay integración y hay demonización absoluta por su color de piel o religión. De hecho, es raro encontrar a actores, actrices o directores que provengan de estos lugares que también son Francia y también es Europa. La película muestra a la perfección cómo se pasa del concepto acuñado por Bourdieu, el sociólogo francés, de violencia simbólica, a la violencia real, violencia policial que no es discutida. El contexto social y la interseccionalidad de clase y raza sirven para evidenciar cómo una víctima del sistema se convierte en victimario. Es decir, como alguien que sufre desigualdad, y muchas más cosas, acaba impartiendo también violencia.
Cannes es un lugar de contrastes. Las actrices y los actores de la alfombra roja pueden llevar millones de dólares en las joyas que lucen, mientras las películas dentro de la sala denuncian las desigualdades del mundo. Esa bipolaridad no es nueva, pero hay días que es más remarcable. Por eso es tan significativo que Les Misérables haya llegado a Cannes y, encima, haya gustado. Ladj Ly es actor y realizador en el colectivo Kourtrajmé, con los que ha realizado varios tipos de largometrajes con artistas como el fotógrafo JR, con Kassovizt y con Roman Gavras, el hijo del cineasta de origen griego Costa Gavras. Todos acompañaron al director y a los actores en una alfombra roja que era revindicativa per se. Pocas veces habitantes de la periferia suben las escaleras que dan directamente a la sala Lumière.
Activista involucrado en la lucha contra la violencia policial en Francia, ejerce en Les Misérables una crítica a la actitud policial, clasista y violencia, pero donde introduce matices, muchos grises en un relato que hace que el espectador pase de posicionarse con los personajes de los policías a sentir la presión de los niños que juegan al fútbol en las canchas de los barrios y son cacheados cada dos por tres. Hay influencia del cine social francés, pero también de la denuncia enérgica de Spike Lee.
En la Europa de la extrema derecha y del racismo, Les Misérables es un jarro de agua fría a los políticos franceses y, en general, a los políticos de los países occidentales, que permiten el establecimiento de guetos en grandes capitales llenas de turistas y de bellos monumentos. La cinta evita hablar de islamismo. La prensa ha relacionado, en varias ocasiones, los suburbios con la creencia que ahí crece el terrorismo islámico. Sin embargo, el director no abre este debate, que sería complejo. Es inteligente al parar a tiempo y evitar perpetuar el estereotipo.
Hay planos de drone completamente justificados, que muestran hileras de chabolas y de edificios llenos de pisos enjambre que el director ha rodado en Montfermeil, en Seine-Saint-Denis. Hay algo más, hay reflexión sobre las identidades. La mayoría de esos niños son franceses y cantan La Marsellesa, llevan las banderas del país en el que viven y se emocionan cuando marca su selección y lo celebran en el Arco del Triunfo.
Cuando Roland Barthes describió la francesidad como un “bistec de bistrot”, una identidad que, difícilmente, puedan alcanzar los niños de los suburbios. Barthes también comentaba una vieja portada de Paris Match donde un niño soldado negro alzaba la bandera francesa. Una justificación del paternalismo de un imperio que sus hijos, considerados más inferiores, sirvan en sus filas. Ly tiene potencia visual y política, más enervada que el tono social de las primeras películas de Iñárritu, un presidente del jurado que podría empatizar con esta historia que evita caer en el maniqueísmo de buenos o malos.
Curioso el planteamiento, el de que lo único que puede hacer el pueblo desprotegido es unirse y luchar, que coincide con el de la otra película presentada en competición, Bacurau, del brasileño, el brasileño Kleber Mendonça Filho y su compatriota Juliano Dornelles, que imagina cómo será el Brasil de Bolsonaro dentro de cinco años. Ejecuciones masivas y una revuelta en la parte más rural que lucha contra empresas y políticos.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...