Por qué 'El cuento de la criada' es una serie militante
La distopía televisiva ha logrado colarse en el imaginario popular y fomentar la nostalgia de la revolución
Por qué 'El cuento de la criada' es una serie militante
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Madrid
Baja la cabeza y evita cualquier comentario que tenga que ver con la razón. Viajamos a la República de Gilead. Después de una segunda temporada oscura, en la que la sala de guionistas del showrunner Bruce Miller se llenaba de sadismo y muchos lo acusaban de pornografía del dolor, ‘El cuento de la criada’ ha vuelto a HBO para continuar con el relato de esta dictadura teocrática.
La distopía de Margaret Atwood llegó a la pequeña pantalla para avisarnos de que muchos de los principios que seguía ya estaban ocurriendo en nuestras sociedades, y ahora llega la posibilidad de que June (Elisabeth Moss) lidere la revolución que acabe con ellos. Coincidiendo con el estreno de la tercera temporada, Errata Naturae ha editado el libro ‘El cuento de la criada. Ensayos para una incursión en la república de Gilead’, en el que filósofos y expertos en series de televisión como Iván de los Ríos, Patricia Simón, Jorge Carrión o Cristina Cerrada unen fuerzas para analizar los temas esenciales de la serie, sus planteamientos éticos y estéticos, las razones de su éxito y sus aterradoras advertencias.
Son pocas las series de televisión que interpelan directamente al espectador, que aspiran a causar un malestar que nos invite a levantarnos del sofá y buscar un cambio en el sistema. El escritor y periodista Enric Ros, que colabora también en el citado libro, considera que ‘El cuento de la criada’ lo hace desde diferentes puntos de vista, no solo desde el género o el patriarcado, sino también desde el rearme del capitalismo y su enfrentamiento con la democracia. El ensayista búlgaro Todorov ya acuñó el término de ‘enemigos íntimos’ para referirse a la verdadera amenaza para las sociedades, que se sitúan en las élites. Lo mismo ocurre en la República de Gilead, donde se respira esa nostalgia del feudalismo, del antiguo régimen, al que se vuelve con una serie de excusas que, incluso, pasan por el ecologismo.
Todo ese trasfondo político, tan importante como el estético en la serie, provoca en el espectador un fuerte sentimiento de nostalgia de la revolución. La novela de Atwood, fruto de la era Reagan, se ha adaptado perfectamente a los tiempos de Trump, y, como dice Ros, es una muestra más de cómo la ficción televisiva sabe tomar perfectamente el pulso de la sociedad norteamericana. Si algo ha conseguido ‘El cuento de la criada’ es colarse en el imaginario de la revolución y crear figuras icónicas presentes en manifestaciones y protestas, pese al riesgo de caer en el feminismo pop.
Sigue la lucha por la identidad femenina
En uno de los monólogos internos de June de esta nueva temporada, uno de los recursos de la serie para conocer su interior, la criada se empodera y es consciente de su posición como vigilante de los hombres como preámbulo para iniciar su emancipación de Gilead. Una función esta, la de la vigilancia, que los hombres de la distopía usan constantemente contra las mujeres. La filósofa Elena Yrigoyen, en su ensayo, también incluido en el libro, hace un análisis de la figura de la mujer desde diferentes ángulos, centrándose especialmente en esos estereotipos de lo femenino (una identidad relacional donde se entienden a sí mismas como necesitadas de la seguridad y dependencia de los hombres) frente a lo masculino (legitimados en su posición de poder por el acceso a la razón).
A la espera de la segunda novela de Margaret Atwood en septiembre, en la que continuará desarrollando su distópica idea, nos preguntamos si en ella continuará con su tendencia, como ya hemos visto en ‘Alias Grace’, de llevar a las mujeres al fracaso, siempre lastradas porque la estructura patriarcal en la que se mueven, según desarrolla Yrigoyen, las impide desarrollarse individualmente.
‘El cuento de la criada’ ha abierto multitud de debates en muchos y muy diferentes ámbitos, alarmando sobre ese posible regreso al antiguo régimen del que debatimos. Por ello, cabría preguntarse si la serie ha trascendido tanto que es necesario un final ‘feliz’ para que, realmente, nos levantemos del sofá y salgamos a la calle a evitar que ese viaje a la República de Gilead se haga realidad. Mientras tanto, tenemos la herramienta perfecta: una serie militante que deberíamos tener muy en cuenta.