Rivera y sus misterios

Esto de los pactos, cuando menos, nos ha traído alguna cosa entretenida, como asistir al pornográfico espectáculo de ver cómo unos y otros se desnudaban delante de todo el país. Ahora los conocemos tal que si los hubiéramos parido. ¿O acaso tienen ustedes, por ejemplo, alguna duda de quién defiende sus principios morales, éticos o políticos, y quién es un chufla capaz de vender por una concejalía a su madre, a su padre, a su esposo o esposa, y hasta al niño que está en la cuna?

No, claro que no, que les hemos visto decir que yo con ese no negocio mientras firmaban papeles a mansalva, poniendo a su disposición vidas y haciendas. Y encima de tapadillo, como si el resto de la humanidad fuera tan estúpido como lo son ellos mismos y se creyera sus paparruchas. Es verdad que en estos días ha habido pequeños tramposos pero también gigantescos farsantes, y para nadie debe ser una sorpresa que esta modestísima sección elija como gran triunfador en este duro combate al portentoso, al sublime, al inigualable Albert Rivera, otrora excelso paladín del reformismo, el centrismo y el liberalismo, hoy monaguillo de Casado y limosnero con Abascal. Pero aún nos queda el trago de la investidura, y a lo mejor hay que añadir algún otro nombre al catálogo de los malos y malísimos. ¡No cierren el cuaderno!