Piedad líquida

Madrid

Tengo una duda, o una pregunta: en la edad dorada de la imagen, cuando cada vez pensamos menos y miramos más ¿sirve de tanto una fotografía? Quiero decir, ¿de verdad una imagen puede ayudar a cambiar las cosas? A mejorarlas, se entiende.

Aylan tenía tres años cuando en septiembre de 2015 la imagen de su cuerpecito tirado en una playa de Turquía dio la vuelta al mundo. Lo recuerdan, ¿verdad? Se produjo una enorme conmoción, a quien más quien menos se le escapó alguna lágrima; incluso se escribieron poemas para él. Pero, seamos francos, ¿de qué ha servido? ¿Qué queda de aquel movimiento? Yo creo, sinceramente, que estamos peor; porque se sigue ahogando gente, porque las mafias continúan haciendo negocio y porque Europa ha endurecido su política de acogida a rebufo de tipejos como Salvini, que ya es vicepresidente en Italia.

Hoy tenemos otra imagen, otro drama, en otro lugar. Y con otra criatura: una niña de 11 años, Valeria, salvadoreña, ahogada junto a su padre que la remetió en su camiseta en un vano intento de protegerla cuando les arrastró la corriente en el río bravo. Ellos intentaban llegar a Estados Unidos. La fotografía es atroz pero tampoco servirá de nada.

Luis García montero tiene una expresión muy acertada para definir ese fenómeno: Piedad líquida. Claro que las imágenes nos golpean, claro que se nos revuelve algo pero dentro de unas horas, o a lo sumo unos días, ese sentimiento se habrá desvanecido como se nos va el agua entre los dedos. Piedad líquida, sí. Y vergüenza infinita.