La última incorporación del Club de los 27
Cuando naces con un apellido como "casa de vinos" parece que esté ya preestablecido que vas a tener una relación complicada con la bebida. Bueno, para ser exactos, Amy Winehouse tuvo relaciones complicadas con el alcohol, las drogas, la comida... y con las propias relaciones
España
Gestionar la fama debe ser algo complicado siempre, pero encontrártela de golpe cuando eres una adolescente lo hace todo mucho peor. El hecho de conseguir esa fama por ser un talento musical prodigioso tampoco hace que las cosas sean más fáciles. Tienes más dinero del que puedes llegar a gastar y, sobre todo, gente que no sabes si te quiere a ti o a ese dinero. En el caso de Amy Winehouse, su propio padre tuvo un rol más que cuestionable en la gestión de esa fama, y lo acabó de arreglar el que fue su marido durante dos años, Blake Fielder-Civil.
La última incorporación del Club de los 27
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Con apenas 27 años y solo dos discos en el mercado, Amy ya era una diva del soul. Se había consagrado como uno de los fenómenos musicales del siglo XXI, siendo la primera artista británica en ganar cinco premios Grammy en una noche. Su estilo personal inspiró al mismo Karl Lagerfeld, y su influencia ayudó a otras cantantes, como Adele, a entrar en la industria musical. Pero su vida personal atrajo tantos titulares como su música, y no siempre positivos. Y es que Amy Winehouse tuvo problemas de drogas, alcohol y desórdenes alimenticios casi desde el principio de su brillante pero corta carrera. A pesar de que en su canción “Rehab” había asegurado que no iría a rehabilitación, lo cierto es que intentó dejar sus adicciones varias veces; pero su carácter frágil y su entonces marido la arrastraron al fango una y otra vez. Fue en una de esas épocas de desintoxicación cuando Amy sucumbió a su debilidad por última vez. El 23 de julio de 2011 Amy Winehouse entró en el fatídico Club de los 27 tras haber ingerido una cantidad letal de alcohol. Ocho años después, su figura ya legendaria nos recuerda que las estrellas también lloran; a menudo, más incluso que nosotros, los mortales sin talento.