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Un mal día lo tiene cualquiera

Los mártires de la fe y de la ciencia

A lo largo de la historia, la iglesia y la ciencia no se han llevado muy bien. En ese sentido, el 25 de julio de 1492 tiene algo de excepcional. No porque ese día se llevaran bien, sino porque tanto la ciencia como la iglesia escribieron una página en su historia de la que no deben estar muy orgullosas

DEA / C. BALOSSINI Getty Images

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La vida del papa Inocencio VII no fue particularmente ejemplar. En lo doctrinal, centró sus energías en la persecución de las brujas, y se le considera el impulsor de la primera caza de brujas organizada por la iglesia. Pero lo más destacable de Inocencio fue su muerte. A mediados de julio, después de unos cuantos días indispuesto por una fiebre muy alta, Inocencio accedió a seguir los consejos de su médico, Giacomo di San Genesio. Como cura para la fiebre, Giacomo consideraba que lo que hacía falta era renovar la sangre del papa. Así que el día 25 tuvo lugar la primera transfusión de sangre de la historia. El problema es que todo salió mal. Giacomo sacó la sangre de tres niños de 10 años. Los tres murieron como resultado de la sangría. El método de transfusión era por ingestión, y tampoco dio muy buen resultado: el papa murió ese mismo día. Como en casi cualquier episodio de esta época relacionado con la iglesia, hay historiadores que niegan que todo este tuviese lugar. Lo que no tengo claro es, en el caso de que sea cierto, si los niños deberían ser considerados mártires de la fe o de la ciencia.

Los mártires de la fe y de la ciencia

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