El día que descubrimos que matar en masa era algo muy fácil

El recuerdo histórico de hoy es para uno de los días más trascendentales desde que hay humanos en la Tierra. Y, para variar, no en un buen sentido: el 6 de agosto fue el día en que empezamos a cobrar consciencia de lo fácilmente que podíamos acabar con la vida en el planeta. Porque fue este mismo día, en 1945, cuando el mundo recibió el impacto de la primera bomba nuclear sobre un núcleo habitado.

La Segunda Guerra Mundial ya había acabado en Europa, y a los aliados solo les quedaba derrotar al Imperio japonés. Pero la experiencia en el frente del Pacífico había mostrado a los norteamericanos que los japoneses no se iban a rendir fácilmente. Ante la posibilidad de sufrir miles de bajas, los americanos optaron por probar una nueva arma: la bomba nuclear. Llevaban años haciendo pruebas en instalaciones secretas, y en 1945 ya tenían la certeza de que poseían algo devastador.

El presidente Truman autorizó su uso, y una bomba, que llevaba el nombre de Little Boy (“Niño Pequeño”) fue cargada en el avión Enola Gay. La ciudad escogida para recibir su terrible impacto fue Hiroshima, una población japonesa de tamaño medio. A las 8:15 de la mañana, la bomba fue arrojada con un paracaídas sobre la ciudad, causando una explosión que mató a un treinta por ciento de la población de la ciudad -unas 70.000 personas- en cuestión de segundos.

Pese a la estupefacción y el horror con que fue recibida la noticia, el emperador japonés no anunció la rendición de su país hasta que se lanzó una segunda bomba contra la ciudad de Nagasaki, tres días después. Esta mató a más gente incluso que su predecesora. Así quedaba inaugurada una nueva etapa en la historia bélica de la humanidad en la que bastaba con apretar un botón para arrasar ciudades enteras.

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