No necesitar amor no implica dejar de quererte a ti misma.
¿Cuánto necesitamos conocer a las personas con las que terminemos en la cama? La Tana, ya saben, abriendo melones.
Madrid
No sé qué relación tienen ustedes con su peluquería. Para mí, es uno de los lugares donde más cómoda me siento. Voy a la misma desde diciembre de 2003, cuando dejé a un marido al que no quería. La otra tarde fui a arreglar mi melodrama con las canas. Y mientras andaba con el mejunje, me contó mi peluquero por qué lleva tanto tiempo sin pareja. A Iñaki no le gustan los tíos que se relacionan por Grindr. Lo cual limita bastante el mercado. La otra noche se descubrió en mitad de la pista de una discoteca, rodeado de estatuas mirando a su alrededor y buscándose en la Aplicación: “Pollón, activo, abstenerse bi”. Se gustan a dos metros, pero se espían en internet.
Para ahorrarse lo de hablar y conocerse. Para llegar y lanzarse a follar, directamente. Entrando así en la narcolepsia del que evacúa y alivia, pero que no siente ni alimenta. No seré yo la que despotrique contra el sexo. Pero mucho menos la que banalice con la deshumanización. Podría engancharme a cualquier sistema que pudiera pasearme por los entresijos sexuales que fueran. Se sucumbe ante perfectos desconocidos que seducen llana y lentamente. Se establece un juego, sea el que sea, en el que se desea antes que se obtiene. Mi peluquero odia Grindr porque le parece un mercado en el que comprar cuarto y mitad que ni siquiera sacia.
No necesitar amor no implica dejar de quererte a ti misma. Iñaki, que se morirá de la vergüenza cuando sepa que conté lo suyo, no solo me deja la mejor de las melenas. También me enseña que hasta para follar hay que quererse mínimamente.
Y…Qué puedo decirles yo sobre charlar y hablar… Si soy de las que aspiran a que siempre haya alguien a quien le merezca mi puesta en escena.