La calle
La calle es lo que, antes de que empezara a calentarse, olió Gabriel Rufián cuando le escribió a Puigdemont las 155 monedas de plata. Ahora que Rufián ha pisado el suelo ha visto que las 155 monedas se las escribían a él
Madrid
Los conceptos en política a veces son difusos. Nosotros estamos con la gente, dicen unos. Con la calle, claman otros. En campaña, la calle suelen ser los mercados donde se hacen fotos o los parques de los que huyen los niños por miedo a que aparezca un candidato con la idea de abrazarlos. Pero esta no es una campaña normal y cuando dicen calle se refieren a otra cosa.
Por las calles de Barcelona, entre insultos, paseaba Cayetana Álvarez de Toledo, envuelta también de cámaras. Ella defiende su derecho a andar por donde quiera. Otros partidos lo han visto como una provocación. A la plaza de Sant Jaume ha ido Albert Rivera, a anunciar que él, si es presidente, mandará encarcelar, que es lo que la Constitución dice que hacen los jueces.
La calle anima. La calle es el elemento crucial ahora, lo que Quim Torra azuza y luego no controla. Lo que suena a protestas pacíficas y multitudinarias, pero también a disturbios.
La calle
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La calle es lo que, antes de que empezara a calentarse, olió Gabriel Rufián cuando le escribió a Puigdemont las 155 monedas de plata. Ahora que Rufián ha bajado a la calle tras pedir contención ha visto que las 155 monedas se las escribían a él. Los que pensaba que eran suyos. En la calle, uno nunca sabe.
La calle de la que hablaban podía ser un desengaño. Se azuza o excita, tratan de utilizarla; pero sólo hay una manera de medirla. Puede que sea por eso por lo que, aunque se lo pidan entre los suyos, Torra no quiere elecciones. Que dicen que da frío pensar que uno se pueda quedar en la calle.