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Que no se levante, en el fondo, es lo de menos.

Seducirnos es todo un diálogo entre individuos que tienen cosas en común y tuvieron la suerte de cruzarse.

Una manga de aire puede asemejarse a un gatillazo.(GETTY)

Madrid

El pobre, lo avisó antes de empezar, por todo lo que pudiera pasar. “Lo mismo esto no hay quien lo levante”. Viniendo de quien venía, cuando menos, extraña. Prefería avisar, antes que sorprender, porque tenía dudas de si su nueva amante no sería de las que obligaba cumplir con todos los requisitos. Qué malo es meterse en una cama teniendo esa soga al cuello, sintiéndote en el filo de la navaja, convencido de que la persona que ha decidido pasar la noche contigo te pondrá nota, como si fuera un examen.

Las mujeres más duras se deshacen con tu discurso y te las ligas con cada uno de tus actos a su alrededor. Nos seducen las risas, la conversación, que puedan contarme todo lo que yo no sé y escuchen lo que interesa de mí. Seducirnos es todo un diálogo entre individuos que tienen cosas en común y tuvieron la suerte de cruzarse. Y que bailan juntas sin necesidad de que suene ninguna música, guiándose por las ganas que se tienen.

Damos besos de esos que no se gastan, para conocer el sabor de la otra persona. Recorremos todo su cuerpo buscando la reacción que no se pueda obtener entre las piernas, pero que se disemina por el resto del cuerpo. La piel se eriza al paso de la yema de los dedos y los prejuicios se relajan con el sonido de las risas. Lamer, desdibujando pespuntes de saliva, detrás de la oreja, en la comisura de los labios, alrededor de los pezones. Tú los míos, yo los tuyos.

Que no se levante, en el fondo, es lo de menos.

 
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