Cuando la solidaridad se convierte en adicción

A Agnès Jaoui la podemos ver desde hace una semana en la serie de televisión Foodie Love que dirige Isabel Coixet para HBO. Aprendió español de niña, cuando pasaba los veranos en la Costa Brava. Es directora, productora, guionista, además de actriz. También canta. Le gustan los boleros y lleva publicados tres discos. Su carrera cinematográfica está plagada de éxitos. Ha ganado 6 premios César, los Goya franceses, y uno en Cannes.

En Las buenas intenciones interpreta a Isabelle, una mujer volcada en su trabajo como trabajadora social. Enseña francés a inmigrantes e intenta llevar una vida coherente con lo que predica. El problema es que ser cien por cien coherente viviendo en la Francia del siglo XXI no es nada fácil, sobre todo cuando tiene unos hijos adolescentes que consumen una gran cantidad de videojuegos o de ropa.El conflicto surgirá cuando su compromiso social choque frontalmente con su vida familiar.

Las buenas intenciones está dirigida por Gilles Legrand. Es una comedia que intenta mostrar la parte insolidaria, egoísta e individualista que tienen las sociedades occidentales hoy en día. Pero también, por otro lado, cómo algunas personas juzgan moralmente a todos sus semejantes y deciden quién tiene un comportamiento ético y moral aceptable y quién no.

La película tiene un planteamiento atractivo porque sitúa al espectador ante las propias contradicciones que vive a diario. Sin embargo, el desarrollo del film es reiterativo y algo previsible. La película tiene un argumento resbaladizo porque, a veces, no se sabe si se denuncian distintos comportamientos o se ironiza cínicamente sobre ellos. ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso social? ¿Somos solidarios con los más necesitados o solamente lo hacemos para aplacar nuestra mala conciencia y no sentirnos culpables? Todas estas preguntas las lanza, aunque de forma algo desordenada, esta película que ahora llega a las pantallas: Las buenas intenciones.