Gente del mediterráneo

Madrid

La semana pasada empezamos una especie de diario de la pandemia que ahora es ya un diario del Estado de Alarma. Pero como esto va a ser duro tenemos que ser capaces de recoger no sólo lo malo, sino también la parte buena de lo que se está produciendo de forma espontánea.

Es verdad que este episodio está sacando lo mejor y lo peor. Ahí está el tuit de Clara Ponsatí, con retuit de Puigdemont, bromeando con los fallecidos. Hemos visto también a los turistas de Benidorm a los que ayer tuvo que desalojar la policía, pero está también la muestra colectiva de solidaridad, ese hermanamiento de gentes que quizá ni se saludaban en el portal de casa pero que se asoman a la vez a sus balcones.

También por eso se habla de España en los diarios extranjeros. Escribió el periodista Francesco Olivo, de ‘La Stampa’: “Los españoles se dividen con dureza por cualquier cosa. Pero les une algo: el orgullo por una gran sanidad pública”. Esa unión es lo primero que se ve. Y otras muchas: médicos que ofrecen consulta gratis, padres que se pasan actividades y aplicaciones para que los niños pierdan lo mínimo.

Hay edificios en los que se juega al bingo de ventana a ventana. La periodista Mónica Ceberio contó cómo los niños de su calle se hacían amigos de balcón a balcón. En Sicilia, que lleva días de canto en los balcones, un vecino sacó un acordeón y otra, del edificio contiguo, una pandereta, y más allá se añadieron con la armónica. Y se formó el concierto. Los pueblos del Mediterráneo, hechos a la vida en la calle, buscan la manera de socializar sin pisar la misma.

La soledad es otra de las caras de esta cuarentena. Que tiene efectos sanitarios. Y económicos. Y sociales. Pero también los tiene emocionales.