Elvira Lindo: "Ahora hay que ensalzar lo positivo del aburrimiento"
En 'Radio Lindo' de este jueves, Elvira Lindo reivindica adaptar los deberes y juegos de los niños a la situación que vivimos. "Si la situación es excepcional por qué no es excepcional también la educación de los niños estos días. Igual que hay que replantearse tantos deberes", asegura.
Elvira Lindo: "Ahora hay que ensalzar lo positivo del aburrimiento"
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Madrid
Comienza Radio Lindo con una “bronca” de la escritora a los quejicas: “En estos días en las redes encuentro cierta banalidad. Las recomendaciones las suelen dar la gente privilegiada. Gente que hace recomendaciones desde su jardín, desde sus terrazas. Y todavía hay quien se queja de de tener que cuidar los niños o teletrabajar. Creo que tenemos que hacer el ejercicio de autocompararnos con los que tienen un piso diminuto y familia numerosa, los sanitarios, los abuelos que ni pueden ver a sus nietos…”.
Elvira Lindo relata en su libro ‘A Corazón abierto’ su infancia, muchas veces solitaria, con periodos intermitentes sin ir físicamente a la escuela. A ella, de pequeña, le mandaban los deberes por correo, “los recibía y los hacía. No recuerdo tener encima a mis padres encima para hacer esos deberes o jugar”. Y en relación a esto considera que los padres no deberían ser demasiado exigentes con los niños estos días. “Creo que tenemos que relajarnos todos un poco. Oyes que los niños están recibiendo muchos deberes y creo que esto habría que cuestionarlo porque la situación ha cambiado un poco. Si la situación es excepcional por qué no es excepcional también la educación de los niños. No ocurre nada por mandar deberes más asimilados a la época que estamos viviendo”, asegura. En este sentido, Lindo ensalza “lo positivo del aburrimiento”.
El hecho de no hacer todo tutelado por tus padres, sostiene Elvira, “ha alimentado la imaginación de muchas generaciones”. Los niños que están a veces solos, también imaginan solos. Fernando Fernán Gómez lo cuenta así en sus memorias: “A la salida del colegio, cuando dejaba de jugar en la calle con los otros chicos, bien porque se iban las últimas luces del ocaso y el farolero con su pértiga encendía uno de los faroles de gas, o porque hacía mal tiempo, jugaba en casa. Pero, al ser hijo único, jugaba solo, aunque a lo mismo que los otros: pintaba, hacía construcciones, jugaba a las guerras. Este último juego tenía para mí la ventaja de que, al estar solo, me servía para hacer ejercicio, pues debía trasladarme a gatas, constante, sobre el suelo de baldosas, de un ejército a otro; y otra ventaja, esta no física, sino psicológica: que al ser jefe de los dos bandos era siempre el triunfador, no diré como los hábiles políticos, sí como los hábiles financieros. Y también aprendí a ser el perdedor”.