Hacer las cosas bien sin que lo parezca

Barcelona

Ahora que todo el mundo se queda en su casa más que nunca, jamás he visto una Barcelona tan silenciosa. No me refiero a las calles sino a la escalera donde vivo, e imagino que lo mismo pasa en las escaleras del resto del mundo, pues la situación es global. ¿Se acuerdan de cuando el profe imponía en clase aquel silencio lleno de autoridad? Decía: quiero la clase como una balsa de aceite. Desde Miguel Hernández, el aceite y los olivos forman parte inalienable de nuestro sistema comparativo. El aceite de oliva es uno de los productos emblemáticos de España. Y la recogida de las aceitunas, el vareo de los olivos, la explotación de los jornaleros en los latifundios andaluces son a la vez emblemáticos de nuestro lado oscuro. Somos capaces de lo mejor haciendo lo peor. Y viceversa. Queriendo hacer lo mejor somos capaces de que nos salga peor que nunca. Pero no importa. Porque al final ese atajo de bienintencionados sin medios y sin nada en qué confiar, más que en un golpe de suerte, acaba haciéndolo bien sin saber cómo. Este no saber cómo es pura modestia, pues reconocer que uno lo ha hecho bien es tan solo una forma de engreimiento. Nos lo han contado un montón de veces nuestras mejores películas. Los empleados de Atraco a las tres somos nosotros inventando la banca ética antes que nadie. La gente que acompaña a Plácido dando vueltas en su motocarro somos nosotros buscando la felicidad en donde se la ha echado. Los habitantes de 'Amanece que no es poco' somos nosotros cuando sabemos que de esta no nos salvan ni Faulkner ni Dostoviesky, porque lo que único que salva es que el sol vuelve a salir. Somos gente muy rara, que nos gusta hacer las cosas bien sin que lo parezca. Y en eso estamos, y así será.