Nadie sabe nada (del todo)

Madrid

Ayer dimos la cifra del paro y de los empleos que se habían destruido, y luego la cifra de los contagiados y de los fallecidos, aunque cada comunidad hace su número con criterios distintos, lo mismo que los países. Es nuestro nuevo big data y cada uno de esos puntitos somos nosotros, pero nosotros no sabemos ni saben decirnos las autoridades, así que cada uno escoge un dato como en aquellas novelas en que escogías a qué página querías ir para seguir tu propia aventura. Cada uno se coge a un dato, que es como cogerse a una esperanza, y ya veremos.

Cuando llama el primo pesimista con el número de muertos, el primo optimista le rebate, desde la otra punta del Skype, con que también somos, tras China, el país en el que más gente se cura. Y los debates virtuales se vuelven una tabla de Excel, con la familia tirándose los números a la cabeza. La cosa va a peor si se abre el debate sobre el papel de las mascarillas. El Skype, los grupos de WhatsApp se han convertido en las nuevas cenas de Nochebuena y nos agolpamos los cuñados. En un sentido descriptivo, no despectivo: se junta la familia entera. Y uno cuelga sin saber porque en realidad nadie sabe nada del todo. No se sabe cuánto se alargará el confinamiento.

El confinamiento nos ha traído una lluvia de datos que, en realidad, son aproximaciones. Y datos más concretos en los que, sin embargo, caemos menos. Esta cifra también es de ayer: dice el INE que casi cinco millones de personas afrontan el confinamiento en soledad. Viven solos. Conviene tenerlo en cuenta para cuando, ya por la tarde, salgamos a aplaudir a los balcones. Porque además de aplaudir a los sanitarios y a todos los que siguen saliendo para trabajar también es el momento en que más nos acompañamos unos con otros. Esas cosas, vaya, que no se pueden medir en datos.

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