Virginia Barber: "Las cárceles son el espejo de las injusticias sociales"
Charlamos con la directora clínica de salud mental del Correctional Health Services, la entidad que gestiona los servicios de psicología de todas las cárceles de Nueva York, sobre la terrible situación que se está viviendo en las prisiones norteamericanas ante la expansión del coronavirus
Madrid
Le arrestaron en el año 2009, después de apuñalar varias veces a su hermano y herir a su madre cuando intentaba separarlos. Un día empezó a decir cosas sin sentido, creía que lo perseguían y se encerró en casa porque pensaba que alguien vendría a llevarse a su hija para abusar de ella y matarla. Su madre llamó a la policía y fue hospitalizado. Días después de su ingreso y de un tratamiento agresivo con inyecciones, lo psicóticos empezaron a remitir e intentó suicidarse. Se llamaba Henry.
Años después, nuestra invitada volvió a coincidir con Henry en el centro penitenciario preventivo de Rikers Island (Nueva York). Según afirma, tuvo que esforzarse mucho por contener las lágrimas, conocía muy bien el sufrimiento de aquel hombre. Henry le habló de los últimos años de su vida, se arrepentía de haber acuchillado a su hermano pero, al mismo tiempo, le transmitía la angustia de no haber podido proteger a su hija de los abusos sexuales que imaginaba. Tenía la certeza de que esos abusos se habían producido. “Al cabo de un rato Henry me dijo que quería que lo ayudara a morirse. No era la primera vez que un paciente me pedía algo así, pero eso es algo a lo que nunca te acostumbras”. La historia de Henry era la típica historia de enfermos mentales sin recursos: años de miedo y de desesperación, de peleas callejeras o en los hospitales, de violencia… y que Virginia Barber da visibilidad en su libro “Más allá del bien y del mal” (editorial Debate, 2019).
Las cárceles de Nueva York ante el coronavirus
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Esta doctora ha vuelto a pasar por los micrófonos de A Vivir para hablarnos del estado de vulnerabilidad en el que se encuentran miles de presos, sobre todo, enfermos mentales, a causa de la pandemia de coronavirus que está azotando a Estados Unidos y, en especial, a Nueva York. Muchos de ellos se concentran en Rikers Island, una de las tres cárceles más grandes del país. En ella hay actualmente unos 8.000 presos. Está localizada en una isla de unos 1.680 kilómetros cuadrados entre Queens y el Bronx, alberga 15 edificios (aunque actualmente solo ocho se utilizan como cárceles) y únicamente se puede acceder a ella a través de un puente que conecta con Queens. Rikers Island es un limbo en el que miles de internos aguardan la resolución de sus causas pendientes. Allí es donde Virginia desarrolla la mayor parte de su trabajo con el miedo que respira la ciudad estos días: “La pandemia les está generando mucha ansiedad y estrés porque se les ha privado de las visitas de familiares. Además, todos los juicios han quedado suspendidos”. Miles de presidiarios para los que la desesperanza y el miedo se han convertido en su único aliado. Como para Henry.
Virginia Barber Rioja (Lanzarote, 1977) se graduó en Psicología Clínica en Madrid y, poco después, se mudó a Nueva York para aprender inglés. Una vez allí, animada por un amigo, acudió de oyente a una clase de psicología forense y en aquella aula encontró su pasión, el que sería el gran desafío de su vida: aunar su amor por la psicología y por la ley. Siendo Estados Unidos el país que más personas encarcela en el mundo, los desafíos que tenía por delante se convirtieron en un reto para ella. Tras dirigir algunos juzgados de salud mental de varios distritos de Nueva York y de trabajar en la unidad forense de máxima seguridad del hospital Bellevue (el más antiguo de la ciudad, fundado en 1736), actualmente es directora clínica de salud mental en el Correctional Health Services, entidad que gestiona los servicios de salud mental de todas las cárceles de Nueva York.
Henry, Yusuf, Fernando, Alfredo… son solo algunos de los muchos nombres que engrosan las cifras de reclusos con enfermedades mentales que se encuentran en prisión preventiva en esos módulos. Son latinos y afroamericanos, en su mayoría. Ciudadanos víctimas de la discriminación, del fracaso de una sociedad que los ha excluido, de intereses creados. Las cárceles se convierten así en espejos de las injusticias sociales.
A Virginia le suelen preguntar cómo puede tener ese trabajo tan duro, dormir tranquila por las noches. Ella responde que los años no le han insensibilizado y que la pasión por ayudar a los más necesitados es el motor que le hace levantarse cada mañana. Y más ahora, cuando sus pacientes la necesitan más que nunca. La situación es muy preocupante, la pandemia está generando mucho miedo, mucho estrés y mucha ansiedad. En los centros penitenciarios los internos, en especial los enfermos mentales, carecen de identidad, de ahí la importancia de conocer sus historias, ayudarlos y protegerlos ante esta crisis sanitaria, ahora más que nunca. Esa es la gran labor que hacen Virginia y su equipo.
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