Plantas de ascensor

Madrid

Todos los días, entre las 5.30 y las 6.30, una señora mayor da de comer a las palomas. Me parece una tontería y al mismo tiempo me parece necesario. Llevamos seis semanas haciendo cosas muy tontas que se convierten automáticamente en necesarias. A las ocho siempre están las mismas cuatro personas en la puerta de un hotel, imagino que personal de mantenimiento. Y empieza a bajar alguna gente con la compra, y se ven los primeros perros. Es un espectáculo amable. Es como si hubiese adelgazado El show de Truman.

Miro tanto la ventana que a veces termino el día con la pierna escayolada como James Stewart (de hecho estoy pensando en partirme una pierna para poder parecerme un poco a James Stewart). He conseguido después de muchos días algo muy valioso, no pensar en el final. No preguntar cuándo va a acabar. Estamos celebrando unas 400 muertes diarias porque hubo un día en el que soportamos casi mil. Estamos celebrando que los niños salgan este domingo una hora a la calle. Estamos celebrando que solo falten dos semanas, en teoría, para poder salir de casa y ver a nuestras familias sin saber cómo la vamos a tener que ver y sin saber si estarán las familias enteras. Eso no dice cosas malas, eso dice cosas buenas. Que, por ejemplo, nos adaptamos hasta el punto de que somos capaces de encontrar una temperatura agradable en el infierno. Como en la película de Woody Allen en la que bajaba plantas del infierno y le iban comunicando qué profesiones había en cada una, y al llegar abajo del todo le decían: "Aquí están los periodistas".