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Robinson Crusoe, Grace Kelly y la hipotenusa: las cosas que hemos olvidado durante el confinamiento

¿Les gusta hacer listas? ¿Sí, no? En cualquier caso, es una buena manera de poner orden a los pensamientos. Y nosotros vamos a hacer la lista de las cosas, habituales meses atrás, que hemos olvidado conforme hemos ido sumando semanas de confinamiento. Es una lista con historia

Robinson Crusoe, Grace Kelly y la hipotenusa: las cosas que hemos olvidado durante el confinamiento

Robinson Crusoe, Grace Kelly y la hipotenusa: las cosas que hemos olvidado durante el confinamiento

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Madrid

Robinson Crusoe se levantó temprano, arregló el piso, preparó un guiso y a media mañana cogió la mascarilla y la lista de la compra escrita con bolígrafo en el sobre de una factura de Naturgy manchado por una ligera lluvia de gotas de aceite de girasol. La mala letra, en pendiente y a una columna, decía: pechugas de pollo, chocolate, pepinos, jabón, bacon.

Se puso la mascarilla de manera que no se le empañaran las gafas, preparó el carro y antes de salir se acercó hasta el ventanal del salón para ver a lo que se enfrentaba.

Vio pasar una moto, a unos chiquillos dando vueltas al parquímetro, a una cuadrilla de obreros de la construcción, a un transportista de neumáticos, al señor P. con su perro,vio a dos chiscas con las mascarillas anudada en las trabillas del pantalón, a dos cacatúas ninfa enjauladas tomando el sol, a alguien feliz dirigiéndose a la cola de la panadería… Pero por mucho que miró, no logró ahondar en la superficie de las personas y las cosas.

Wallace Stevens, un hombre respetable y de costumbres con esposa e hija, estudios en Harvard, abogado y vicepresidente de una compañía de seguros en Connecticut, tuvo problemas parecidos a los de Robinson Crusoe. Desde su cuarto, el mundo estaba más allá de su comprensión, pero cuando caminaba, veía que consistía en tres o cuatro colinas y una nube.

Desafortunadamente a Robinson Crusoe le da miedo caminar. La primera tarde en que pudo salir a pasear, se encontró en medio de un gentío que se movía por las calles sin orden ni distancias, como si nada estuviera pasando. Se asustó. Robinson Crusoe deberá reaprender a caminar con gente y sin miedo, pero mientras tanto sigue asomado a las ventanas

Aquella mañana, parecida a esta, seguía el vuelo atolondrado de los vilanos de los chopos. Y estos le llevaron hasta un balcón cercano ennegrecido por la contaminación acumulada durante casi cincuenta años. No es condición indispensable ser James Steward para mirar por las ventanas.

El balcón estaba atravesado por un tendal. En las cuerdas había dos bragas blancas, unos pantis de color carne, dos paños de cocina y tres pares de calcetines de distintos colores. Cogió de la estantería los prismáticos y vio que en el balcón también había una caja de naranjas arrugadas sobre paquetes de rollos de papel higiénico, montones de botellitas de lácteos con sabor a frutos silvestres de la marca Hacendado, un geranio y los mástiles de dos banderitas de España clavados en una maceta de aloe vera.

La mujer que vivía allí reflexionó Robinson Crusoe, mucho tiempo antes de ser concebida, cuando solo era una mota informe y sin destino en el magma del Universo, podría haber llegado a ser Grace Kelly después de algunas carambolas y un poco de esfuerzo. Y en estos días de mayo, al ir a tirar las botellas al contenedor de reciclaje, la vería asomada al balcón dando los buenos días al vecindario. ¡Qué simpática era Grace Kelly! Y con el roce de los días, si no su amor, quizás pudiera ganar su afecto y una invitación formal a su piso para resolver un asesinato.

Robinson dejó de soñar y se concentró en la lista de la compra: pollo, chocolate, pepinos, jabón, bacon. Se olvidaba de algo y no sabía de qué… Y entonces, quizás por impulso o por asociación de ideas, el señor Crusoe se sentó a escribir la lista de todo aquello que había olvidado durante el confinamiento:

Que la nariz y la boca son ante todo fuentes de placer, los lunes con atascos como dios manda, los besos con chasquido de su madre, el agua que no huele a lejía, el fútbol, renovar el abono transporte, el sonido de los pasos en las salas de cine, Buñuel, El Ángel exterminador, pagar con billetes y monedas. Robinson Crusoe descubrió con extrañeza, que también había olvidado como son las noches a la orilla del mar. Y más cosas:

La música de tazas y cucharillas en los bares, las voces al volver la calle, el olor del coche, la emoción de la música, el teatro y todo espectáculo rodeado de gente, la declaración de la rentaLas trece maneras de mirar a un mirlo, las verbenas, los niveles de albúmina de una bolsa de patatas fritas y con qué se come la idiosincrasia, los horizontes de montañas azules y cerros morados, los hombres con corbata, apagar el ordenadory algunas veces también el teléfono , beber con amigos, cómo se dan los abrazos , el zumbido de las abejas entre flores moradas de los cardos y los nísperos, cómo son las maletas, el tacto de la tierra, comer de dos a dos y media, la fuerza centrífuga, la entrada al laberinto de “La Biblioteca de Babel”…

Robinson Crusoe ha olvidado todas estas cosas y más. Tantas, que ni siquiera sabe, en los actuales triángulos de acusaciones y peticiones de responsabilidades, quién es la hipotensa.

Severino Donate

Severino Donate

Llegó a la SER en 1989. Ahora hace reportajes.

 
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