En nombre de la cosa
Hemos pasado, sin estación intermedia, de que el marco fueran los pactos -acuerdos de la Moncloa fue el nombre que lanzó el Gobierno- a un clima crispado
Madrid
En política, da dos veces el que da primero. Por eso corren tanto para ponerle nombre a las cosas. No por ser los más ocurrentes, sino porque si llegan antes ellos crearán el marco.
En vez de hablar de la crisis que viene, el Gobierno habló de nueva normalidad. No era por afán poético. Para hablar de las clases trabajadoras, el PP y Vox apelaron a la España que madruga. Y ahora, por si el fenómeno fuera a más, le han puesto nombre a las caceroladas contra el Gobierno. Vox habla de la 'revuelta de las mascarillas'. El PP lo llama la 'España indignada'.
Si pones nombre algo, quieres representarlo. Te ofreces como su portavoz. Hace unos años, el independentismo catalán se construyó sobre una figura, el 'català emprenyat', el catalán enfadado. Es importante el nombre de la cosa porque quien lo nombra lleva el relato. Ahora que está surgiendo un nuevo mapa, es reveladora la pugna política que hay por ir lanzando etiquetas. Como en las redes sociales, pero en la vida real.
Odio a Madrid. Hemos pasado, sin estación intermedia, de que el marco fueran los pactos -acuerdos de la Moncloa, fue el nombre que lanzó el Gobierno- a un clima crispado que mañana volveremos a ver en el Congreso. Todo se mueve y, lo que más, las encuestas.
El debate político ha empezado por el diccionario. Lo veíamos en la economía: ¿serán ajustes o recortes? Se agradece que, al menos, ya no haya que buscar nuevos nombres a esta carrera. Han convocado elecciones en Galicia y en Euskadi y esto vuelve a llamarse como siempre: campaña electoral.
