El nuevo Renacimiento que propone el filósofo italiano Nuccio Ordine
"Hemos aprendido que los políticos que suelen alabar el individualismo desenfrenado contradicen etimológicamente su función"
Madrid
Europa escapó de la de la oscuridad medieval en el siglo XV para dar la bienvenida al Renacimiento, que supuso el renacer de los valores clásicos. Quizás ahora también necesitemos una especie de nuevo renacimiento político, o intelectual. Algo que nos permita pensar que esta situación en la que estamos, rodeados de los líderes internacionales que nos gobiernan, y metidos en cierta irracionalidad y violencia. Este nuevo renacimiento para el siglo XXI es el que propone Nuccio Ordine, uno de los pensadores más respetados de Italia. Es filósofo y experto en el Renacimiento. Ha hecho un paréntesis en su trabajo para charlar un rato con nosotros desde su casa en Calabria (Italia).
El nuevo Renacimiento que propone el filósofo Nuccio Ordine
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En este momento de cambios, con un mundo que se tambalea, ¿tú crees que es el momento de tomar decisiones para para poder cambiar y para poder avanzar? ¿Hay que pasar de alguna manera a la acción colectiva?
Claro que sí. Pienso que el virus es una ocasión muy preciosa para revisar nuestra vida social, política y personal. La crisis es la fase decisiva de una enfermedad y puede ser una modificación positiva o negativa. Crisis significa en latín “decisión, elección”. Tenemos que tomar muchas decisiones. El coronavirus, por ejemplo, nos enseña la necesidad de una estructura central, la importancia de una coordinación nacional. En Italia, que es un ejemplo más avanzado de la epidemia, hemos comprendido que la salud y la educación no puede ser relegada a los gobiernos regionales, cada uno con su política. En un momento de emergencia nacional, no se pueden crear veinte dispositivos para arreglar los problemas. Regionalizar la escuela y la salud es un error gravísimo. Son los dos pilares, yo lo he escrito muchas veces, del desarrollo económico y social de la sociedad. Ahora estamos viendo el daño que han producido los recortes salvajes a los hospitales, donde no hay sitio ni medios para las urgencias. Invertir en Sanidad e instrucción da un impulso económico enorme a los países
En ese en ese cambio, ¿qué papel debería tener la la clase política?
Yo pienso que la clase política ahora debe tener el coraje de hacer grandes inversiones para fortalecer la salud y la educación, pero no sólo los humanistas sostienen estas tesis. También un gran economista premio Nobel como Amartya Sen está convencido de ello. En uno de sus libros ha puesto como ejemplo el Kerala, que era el estado más pobre de la India, un lugar donde los gobiernos realizaron gigantescas inversiones en sanidad y en educación. Hoy la renta per cápita más alta de la India se encuentra allí, en Kerala. Si se invierte en las dos cosas que constituyen para mí la dignidad del hombre, el derecho a la sanidad y el derecho al conocimiento, pienso que la sociedad puede experimentar un desarrollo fortísimo económico y cultural.
Una de las cosas que has dicho en algunas charlas, y quizás el coronavirus no lo pone delante, es la necesidad de elegir entre gozar o poseer.
Es una idea de Montaigne que me ha golpeado muy fuerte. Es muy importante para mí la idea de que tenemos que aprender a gozar porque no es la posesión lo que te hace mejor. Por ejemplo, cuando miró la Gioconda en el Louvre, veo un cuadro maravilloso. Lo importante no es poseer este cuatro, es aprender a gozarlo. Es algo también muy importante para los estudiantes: comprender que la belleza, lo inútil, es fundamental para nuestra vida.
Tú hablas de la necesidad de centralizar determinados servicios y, sobre todo, poner el foco en esos dos sectores que son la base de la vida y de la dignidad: salud y educación. Entonces, ¿qué papel tendría Europa en este momento de emergencia mundial?
Europa no puede seguir viviendo como una institución que no es más que la suma los intereses individuales de los estados que la componen, no es posible. Creo que este es un momento decisivo para comprender los errores del pasado. Mientras que al principio de la pandemia Europa seguía pensando en una política basada en el egoísmo individual de cada país, en estos últimos días la propuesta de Merkel y Macron me parece una buena apertura, un buen punto de partida, pero no se puede imaginar un futuro si no se elimina el derecho de veto. Europa no puede ser tomada como rehén por países egoístas como Holanda o Austria. Holanda por ejemplo no tiene autoridad moral para dar lecciones económicas a otros países. Ha creado un paraíso fiscal que produce enormes daños económicos a otros miembros de la unidad europea. Pero el mismo discurso vale también para la globalización: el mundo no puede pensarse solo como un gran mercado en el que se producen y venden mercancías. En las últimas décadas hemos visto que se han reducido las distancias entre los continentes, por ejemplo yo puedo viajar de Calabria a la otra parte del mundo en veinticuatro horas, pero al reducir las distancias, han aumentado las distancias entre los seres humanos y entre las naciones, una peligrosa paradoja de la cual debemos tomar consciencia para construir un futuro mejor.
Tú hablas a veces del “hombre isla”, que viene del poeta inglés John Donne. El mundo digital ha aumentado esta sensación de “hombres isla”, ¿después de la pandemia crees que seremos todavía más “isla” o sabremos crear comunidades?
Entre las cosas más importantes que el virus nos habrá enseñando es la falsedad de las posiciones políticas que han garantizado las victorias electorales en Europa y en el mundo. Los políticos gritaron: “America first”, “La France d’abord”, “Prima gli italiani”, “Brasil acima de tudo”... Ofrecieron una imagen insular de la humanidad en la que cada individuo parece ser una isla separada de los demás. En cambio, la pandemia ha demostrando que la humanidad es única y que cada individuo está profundamente conectado con los demás. El virus no puede ser derrotado por el individuo, sino sólo por toda la comunidad. Hemos aprendido que los políticos que suelen alabar el individualismo desenfrenado contradicen etimológicamente su función. Para los antiguos griegos, en el ámbito de la vida civil, los idiotes eran quienes se ocupaban exclusivamente de sus intereses privados, idios, en oposición a los intereses de la ciudad, polis, de donde procede “política”. Permítanme considerar a estos políticos idiotas, estúpidos. No sólo porque piensan únicamente en sí mismos, sino también porque son ignorantes. Ignoran que todos los seres humanos están relacionados entre sí como demuestra sin lugar a dudas el coronavirus y la pandemia.
¿Qué podría aprende un italiano o un español del 2020 de un hombre del Renacimiento?
Podría aprender muchas cosas. Por ejemplo, la página maravillosa que los estudiantes leen siempre con mucho gusto es la del gran poeta inglés John Donne postrado en su lecho tras haber luchado contra una grave enfermedad. Entonces oye el tañido de las campanas y piensa inmediatamente en la muerte de un vecino, pero esa desaparición no se presenta sólo como un memento mori (para acordase que tenemos que morir todo), sino que se convierte en una preciosa ocasión para entender que los seres humanos están unidos entre sí y que con la muerte de cualquier hombre, muere una parte de nosotros.
Dice el texto: “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. Es una página conmovedora, en la cual se reconocen las palabras que inspiraron el título de la famosa novela de Hemingway Por quién doblan las campanas. Los seres humanos no somos islas separadas en un archipiélago. Todo ser humano está unido a la humanidad entera como un pedazo de tierra está unido al continente. Releer los clásicos es muy importante, no para aprobar un examen o para sacarse un título, sino por el placer que producen en sí mismo y porque nos ayudan a entender el mundo que nos rodea.