El pedófilo que se codeaba con políticos y estrellas: la serie que ordena todo el escándalo Epstein
'Jeffrey Epstein: asquerosamente rico', la nueva serie documental de Netflix, da voz a las víctimas de abusos del multimillonario y a los agentes de policía que le investigaron durante años
Madrid
La historia de Jeffrey Epstein es una historia de impunidad, de cómo el poder encubre al poder y de cómo las élites económicas, políticas y culturales de EEUU protegieron durante años a un pedófilo y a un violador. Este narcisista nacido en 1953 en Nueva York y criado en un vecindario de clase media, también era un impostor. Simuló haber acabado sus estudios universitarios, fue contratado como asesor financiero y fue metiendo la cabeza en Wall Street hasta engatusar a numerosos empresarios, entre ellos el propietario de Victoria’s Secret.
Los cuatro capítulos de la serie documental ‘Jeffrey Epstein: asquerosamente rico’ reconstruyen su vida a través de las voces de muchas de sus víctimas. Una joven pintora y su hermana pequeña fueron de las primeras en hablar con la revista Vanity Fair, pero su dueño frenó la investigación y su publicación. Epstein era una enigma, una especie de Gatsby, todo el mundo sabía que era rico, que se codeaba con políticos y empresarios pero nadie sabía cómo lo había hecho. Acumulaba casas, aviones privados y se había comprado hasta una isla.
A estas chicas les prometía financiar su carrera profesional y viajes por el mundo. Antes, citó a una de ellas en su mansión de Ohio y se metió en su cama una mañana. La propia joven narra cómo se quedó aterrorizada ante los tocamientos y se encerró en el cuarto de baño. En California, adquirió una lujosa casa en la zona exclusiva de Palm Beach donde empezó a llevar a menores de edad para, supuestamente, darle masajes. Después les obligaba a que de desnudasen.
En esta aterradora aterradora también hay personajes secundarios, como su novia, Ghislaine Maxwell, hija de un magnate de los medios británicos, que le ayudaba a reclutar a estas chicas. Epstein normalizó los abusos hasta el punto de crear una auténtica red de esclavas sexuales, la mayoría de ellas captadas en barrios pobres, en situaciones vulnerables y que, en su adolescencia, dicen, les costó asumir su conciencia de víctimas. Llegó un momento en que las propias jóvenes llevaban a sus amigas a la casa de Epstein para ganar 200 dólares. “Daba por hecho que si volvía me darían más dinero, yo no tenía dinero ni una familia, simplemente no supe cómo gestionarlo, me puse en una especie de piloto automático donde iba y solo pensaba en volver a casa. No era consciente de que este hombre era un enfermo”, confiesa una de las víctimas.
La policía inició una investigación y reunió pruebas suficientes para acusarle. Pero en este mundo al revés, los tentáculos de Epstein eran largos. Un chivatazo hizo que los abogados contratados por el multimillonario, los que defendieron a OJ Simpson o Mike Tyson, acabaran investigando y vigilando cada paso de los agentes. Finalmente, y sin escuchar a las víctimas, la fiscalía cerró en 2008 un acuerdo con Epstein por incitación a la prostitución. El pacto contemplaba que solo tenía que cumplir 13 meses de cárcel y le otorgaba inmunidad a él y a sus cómplices. Al salir de prisión, donde disfrutó de numerosos privilegios y se saltó medidas dentro del periodo de libertad condicional, Epstein lo celebró con una fiesta a la que acudieron, entre otros, Woody Allen.
Ese acuerdo de inmunidad fue diseñado por Alexandre Acosta, uno de los grandes señalados del caso, que fue nombrado por Trump secretario de Trabajo al llegar a la Casa Blanca y en 2019 tuvo que dimitir acorralada por el escándalo. Precisamente, en 2016, una de las chicas violadas avisó a los medios de comunicación de las acciones del empresario al ver que los dos candidatos a la presidencia de EEUU, Donald Trump y Hillary Clinton, tenían relación con él. Nadie atendió su denuncia.
El movimiento Me Too lo cambió todo. Se reabrió la investigación y el grito de tantas mujeres dio voz por primera vez a las víctimas y expuso sus conexiones con figuras tan poderosas como el propio presidente de lo Estados Unidos o con Bill Clinton. También con el príncipe Andrés de Inglaterra, quien se llegó a fotografiar con una de las menores. Cuando saltó el escándalo hace diez años, los medios y la monarquía británica lograron taparlo señalando a la víctima. “Me han llamado prostituta en serie, mala madre, drogadicta, mentirosa compulsiva. Pasó de ser una espeluznante historia de tráfico y abusos al caso del príncipe Andrés. Pero yo no era su prostituta, era una víctima de abusos y una niña”, revela una de las chicas de las que abusó.
Acusado de tráfico sexual, de crear esa pirámide de abusos, y a la espera del juicio, Jeffrey Einstein se suicidó el 10 de agosto en un prisión de alta seguridad de Manhattan. Su muerte es hoy un misterio y alimenta muchas teorías de la conspiración. Su relación con numerosos famosos y la videovigilancia de todas sus casas inquieta a una larga lista de poderosos. La serie documental no incluye ninguna revelación pero pone en orden, con sobriedad y valiosos testimonios, esta historia oscura y espeluznante que compromete a muchos gobernantes, empresarios y artisttas.
José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...