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El único español que tiene una 'cacho isla' en la Antártida

Javier Cacho, el primer físico español que da apellido a una isla en el continente helado en reconocimiento a su labor investigadora y divulgativa

El científico, investigador, explorador y divulgador Javier Cacho / Javier Cacho (archivo personal)

Madrid

Esta isla tiene unas dimensiones, 750 metros de largo y 350 de ancho, dan más para ‘cachito que para cacho’, siguiendo con el juego de palabras, pero de lo que no cabe duda es de que ‘Cacho Island’ figura ya en el Diccionario Geográfico del Comité Científico de la Antártida, bautizada oficialmente con el apellido del físico y escritor español, Javier Cacho.

‘Es un grandísimo honor para mi, de joven soñaba que me daban el premio Nobel pero lo que nunca pude imaginar es que un trocito de la Antártida acabaría llevando mi nombre’, ha contado en La Ventana este científico ya jubilado, que ha consagrado gran parte de su vida a investigar la química atmosférica en el continente helado.

Javier Cacho, el primer físico español que da apellido a una isla

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Una extensión de hielo cuya superficie equivale a 30 veces la extensión de España y a la que Cacho llegó por primera vez en 1986. Paradojas de la vida, ha acabado siendo el Comité Antártico de Bulgaria, vecinos de una de las bases españolas, el que ha propuesto el nombre de Cacho para este galardón simbólico, ya que no conlleva ningún título de propiedad.

`Todo tiene una explicación, los españoles tenemos la costumbre de proponer nombres de objetos pero no de personas al Comité Científico de Topónimos. España ha propuesto unas veinticinco denominaciones en la Antártida pero corresponden o bien a buques o a accidentes geográficos naturales. Sin embargo, los búlgaros sí que acostumbran a proponer nombres de personas físicas’. A eso hay que sumar los estrechos lazos personales y profesionales de Cacho con los científicos búlgaros, únicos vecinos de una de las bases españolas en la Antártida. ‘Hemos trabajado muy cerca, como todo lo que se hace en la Antártida, donde el espíritu de cooperación entre naciones y entre personas es lo habitual. El caso es que la última vez que estuve allí fue en enero y febrero de este año, justo colaborando con los búlgaros en un proyecto divulgativo y no me dijeron nada. Se lo tenían muy callado’, ha explicado con humor.

La isla Cacho no siempre lo fue. ‘Digamos, y no es para estar orgulloso, que acabó siendo una isla debido al cambio climático. Antes formaba parte de una península pero el deshielo acabó desgajando esta porción de hielo como una isla’. Un fenómeno, el del cambio climático, sobre el que apenas hará mella la reducción transitoria de la contaminación fruto del confinamiento. ‘Desgraciadamente es un respiro mínimo para el planeta, sólo se ha notado a escala local y de manera temporal. Claro que desapareció la boina de Madrid o se limpiaron las aguas y volvieron los peces a la laguna de Venecia, pero en cuanto hemos vuelto a coger el coche o a atracar los barcos, pues todo volverá a lo de antes. Esto es algo que tenemos que cambiar globalmente y tomarlo muy en serio’.

Por suerte el coronavirus no ha llegado a la Antártida. ‘En la base china tomaron al principio muchas medidas de precaución. Todos llevaban mascarillas y cada hora sonaba una alarma y todos se ponían en formación para tomarles la temperatura. Pero por suerte no se ha certificado ningún positivo entre el millar de científicos que de media viven en la Antártida en las distintas bases internacionales. ‘De haber llegado el Covid19 habría sido terrible, porque habrían tenido que pasar siete meses hasta que hubiera podido llegar allí un equipo para proceder a una evacuación si se tratara de casos graves’.

Hay paralelismos entre el confinamiento del científico en La Antártida y el que Cacho se encontró a la vuelta a Madrid con motivo de la pandemia. ‘Digamos que hay cosas mejores y otras peores en ambos casos. En La Antártida, salvo ventisca o tormenta, podías salir al exterior y caminar. Pero luego te pasabas allí encerrado con otras quince personas, normalmente a las que no conocías de nada, y con las que te podías llevar bien o mal pero con las que compartías litera en la misma habitación. Y aquí al menos las manías son las de la familia. La nostalgia de la distancia es la misma: allí por unos motivos y aquí por otros, echas de menos a los tuyos’.

Lo que no ha cambiado tanto es el espíritu romántico y el sentido de la aventura que marcó las primeras expediciones a la Antártida, de cuyo descubrimiento se cumple el bicentenario este 2020. ‘Los grandes exploradores reclutaban a sus equipos con dos requisitos: optimismo y paciencia. Y creo que esas cualidades siguen siendo imprescindibles para la curiosidad científica. Cierto es que ya no se pasan aquellas penalidades pero el reto de enfrentarse a lo desconocido sigue intacto en la Antártida’.

 
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