La peligrosa vanidad digital
"¿Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar de intimidad para facilitar un mejor rastreo del virus? (...) Me asombra que al mismo tiempo estemos cayendo como lerdos -hablo en general, ¿eh?- estemos consintiendo ceder nuestros datos para jugar con una aplicación que te muestra cómo serías con otro sexo", la opinión de Carles Francino
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Madrid
Como una historia de ciencia ficción por entregas, la pandemia de la covid vuelve a llevarnos al lugar donde se supone que empezó todo: a China. Lo malo es que no se trata de ciencia ficción; es realidad pura y dura.
La alarma desatada en Pekín, por la aparición de un brote de nuevos contagios, nos sitúa -además de acongojarnos- ante una pregunta clave: ¿sabremos esta vez realmente lo que ocurre en China? Porque la transparencia diríamos que no es la principal virtud del régimen, y eso ya ha tenido influencia, cuánta exactamente no lo sabemos, pero la ha tenido en la propagación del coronavirus.
Así que a la espera de cómo evoluciona este nuevo capítulo, y además del socavón económico, y además del destrozo social, y del miedo provocado por esta pandemia, otra pregunta pertinente seria: ¿hasta dónde estamos dispuestos a renunciar de intimidad para facilitar un mejor rastreo del virus? Eso está sobre la mesa en todas partes; en Noruega, de hecho, acaban de desactivar una aplicación, una app oficial, que se dedicaba precisamente a eso.
Y a mí el debate me parece muy interesante, muy oportuno, aplaudo la defensa de nuestra privacidad… Pero me asombra que al mismo tiempo estemos cayendo como lerdos -hablo en general, ¿eh?- estemos consintiendo ceder nuestros datos para jugar con una aplicación que te muestra cómo serías con otro sexo. Es muy divertido, ¿eh?. Como lo era proyectar tu imagen con 15 o 20 años más, que también triunfó hace un tiempo. Los promotores son los mismos. Rusos, por cierto. Y la cesión de datos es idéntica.
Moraleja: nos ponemos muy farrucos con el control sanitario, y hacemos muy bien en exigir límites, pero la curiosidad -y la vanidad- de ver cómo quedaríamos en tal o cual circunstancia abre una puerta -o una ventana en este caso- por la que se nos puede colar de todo. ¡Mira que tiene siglos la historia del caballo de Troya! Pero no hay manera. No aprendemos.