¿No es mundo para viejos?

Madrid

Cuarenta sociedades geriátricas de todo el mundo han lanzado una campaña contra el edadismo, neologismo que nombra la discriminación de las personas mayores. Sostienen que es “la más extendida y la única que no está sancionada por ley”, como el sexismo, el racismo o la homofobia. Y advierten de que es un maltrato que no mata, pero recorta hasta en siete años la vida de quienes lo sufren. El edadismo se basa en falsos prejuicios que generan actitudes perversas. Aquellas que nos llevan a pensar que si los mayores trabajan, son un tapón, pero si se jubilan, una carga. Si participan, un lastre; si no lo hacen, una inutilidad. Personas que nunca serán imagen publicitaria del perfume que usan, que serán expulsadas del mercado por su edad, ignorando su experiencia, que pasarán de un día para otro de tomar decisiones a que otros decidan por ellos.

Es además una forma de discriminación sutil, de la que no siempre somos conscientes. La peor. Porque el mismo que mira a los viejos con desdén puede adorar sinceramente a su abuela. Una discriminación tan asumida que nuestros constituyentes del 78, cuando consagraron el derecho ciudadano a no ser discriminado por ninguna circunstancia personal, en general, subrayaron concretamente el nacimiento, el sexo, la religión y la opinión, pero se les olvidó la edad. Quizás fueran jóvenes o quizás eran mayores en una sociedad en la que todavía la edad era un valor y no una tara.