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De nostalgias y futuros: móviles, sitios y cosas

Frenados por la pandemia, hemos tenido momentos de pausa para mirar a nuestro alrededor y detectar los cambios (sutiles y bruscos) que se han producido. En muchos casos, por eso que todos llevamos en el bolso o el bolsillo y que se llama teléfono

De nostalgias y futuros: móviles, sitios y cosas

De nostalgias y futuros: móviles, sitios y cosas

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Madrid

Probablemente el año de 1945 en la ciudad de Buenos Aires

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, Borges notó que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución, habían renovado no sé que aviso de cigarrillos rubios; el hecho - escribe en el Aleph - le dolió pues comprendió que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. “

Los objetos que nos rodean y los espacios que un día dejamos de habitar, sea una casa, la esquina de una calle, tampoco están privados del dolor de saberse pasajeros y mortales. Durante años de convivencia con mujeres y hombres, las paredes, las camas, lámparas y coches, cafés, sillas, tuberías, patios, esquinas y fachadas van adquiriendo el vicio de la vida. Algunos de estos objetos y lugares tienen la soberbia de creerse irremplazables y eternos.

Borges cuenta que en la casa de la familia de Beatriz Viterbo , en el decimonono escalón del sótano de una casa de la calle Garay, había un Aleph. El Aleph era un punto del espacio al que debía acecharse en posición decúbito dorsal, apoyado sobre una bolsa de lona en medio de la oscuridad. Pasados unos minutos, en el escalón hacia la derecha, aparecía una esfera tornasolada de escasos centímetros donde se veían todos los lugares del orbe. Planetas, tigres, desiertos, bisontes, marejadas, ejércitos , un cáncer de pecho, un cajón de escritorio, las muchedumbres de América, sus vísceras, la tierra, todas las caras y espejos, un dormitorio sin nadie, usted en todas las horas de su vida y el inconcebible universo.

Muchos han creído ver en el Aleph, al predecesor del actual teléfono móvil conectado a la red, el vórtice en el que se arremolinan billones de imágenes, voces y datos. A través de él vemos y somos vistos para ser vendidos y usados.

A principios de la década de los setenta, la publicación María, súper informativo femenino, se anunciaba en la radio con este reclamo: “¡Lea las declaraciones de un futuro matrimonio que encuentra su felicidad gracias a la máquina computadora!”

El teléfono se había expandido dando saltos entre postes de madera corriendo en paralelo a las cunetas de las carreteras y las vías de tren. A la espera de lo que fuera a ser el futuro, el teléfono gozaba en algunas casas del privilegio de la peana y la mesita con tapete de ganchillo. Las paredes se cubrían de papel y los tresillos ocupaban el lugar preferente en el salón frente al televisor

Pasaron los años y las mentes más esclarecidas anunciaron que el futuro se acercaba: “Algo maravilloso va a ocurrir. Mañana, el hilo del teléfono convertirá la voz en luz, la luz en imagen, información, calidad de vida. Faltan quince años para el año 2000” Era un anuncio de Telefónica.

Hoy, con algunas excepciones, los “routers” han colonizado los hogares y en un par de décadas han provocado el exterminio masivo de peanas, mesitas de teléfono, agendas de papel, páginas telefónicas, cabinas, locutorios y vendedores a domicilio.

Los “googles” y compañía han arrinconado los diccionarios y enciclopedias que convivían en los “mueblebares” con las fotografías de familia y la cristalería.

Por razones que ustedes conocen, también han desparecido los reproductores de video, los videoclubs, los DVDs, las cámaras digitales amateurs, las videocámaras…Los gigas y las nubes de almacenamiento han aniquilado los álbumes de fotos en papel. El futuro hacía años que había cerrado sus puerta a las calculadoras y a las cintas de casete. De la mesita de noche fueron desapareciendo el despertador, el libro, el periódico en papel y la radio.

La radio, el periódico, el libro y el tiempo todo cogen en el teléfono. Los recetarios ya no son necesarios en la cocina. Es más importante tener localizado el cargador del móvil. Los códigos “QR” y las terminales telefónicas arrinconan los folletos de mano, los carteles informativos, las entradas, la tarjetas de embarque y mostradores de venta. La circulación por las ciudades y por carretera ha cambiado, los mapas han sido retirados de las guanteras.

A principios de los setenta, los conductores recibían el siguiente consejo: “Tenga siempre a mano caramelos MIX. No hay nada mejor para hacer callar a los chicos dentro del coche”. Hoy han dejado de dar caramelos para prevenir caries y pasan el teléfono.

En los albores de la telefonía móvil, cuando eran ladrillos al alcance de pocos, los jóvenes acudían a puntos de encuentro preestablecidos por la costumbre y según las horas, donde con paciencia se veía a quien tanto se esperaba. Esas esquinas, bares y plazas han sido sustituidas, en parte, por teléfonos de 14 y 15 centímetros donde, a su manera, persisten los ataques de romanticismo.

La nostalgia, la inercia. la curiosidad y el coleccionismo mantienen con vida a algunos de los objetos y espacios mencionados. Todos fueron futuro. Y el futuro comienza en el próximo segundo.

Severino Donate

Severino Donate

Llegó a la SER en 1989. Ahora hace reportajes.

 
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