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Un mal día lo tiene cualquiera

El día que el Prestige se partió en dos y tiñó el mar

Una de las historias más tristes que ha vivido el litoral ibérico tuvo lugar hace hoy justo 18 años

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En lo que es la historia más inmediata de España, la que yo recuerdo, nunca ha estado el país tan pendiente de un barco como lo estuvo en noviembre de 2002 de uno llamado Prestige. El 13 de noviembre, el petrolero se había encontrado inmerso en una tormenta a unos 50 kilómetros de Finisterre, causando que se abriera en el casco del buque una vía de agua.

El gobierno de España, por boca de su vicepresidente, un tal Mariano Rajoy, intentó quitarle hierro a la situación, diciendo que de las toneladas de crudo que llevaba el barco, sólo habían salido unos “hilillos de plastilina”. Después de muchas indecisiones, se intentó alejar el barco moribundo de la costa, pero el 19 de noviembre el desastre se hizo total.

El Prestige se partió en dos y se hundió. Empezaron a aparecer manchas negras en la costa gallega, pero lo peor aún estaba por llegar. A partir de enero de 2003, nos empezamos a familiarizar con el término chapapote, la masa semilíquida que se esparció por encima de animales, vegetación y rocas del litoral gallego.

El movimiento Nunca Máis, que protestó durante meses por la negligencia del gobierno, propició que el desastre al menos sirviese para algo: que se cambiase la legislación para que ese tipo de barcos no puedan ya navegar tan cerca del litoral.

 
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