Molinos y gigantes
"La desinformación amenaza la democracia porque nos hace vulnerables, manejables y cada vez más insensibles a nada que no sea darnos la razón, confirmar nuestras idea", la opinión de Carles Francino
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Madrid
Si nos fijamos bien y somos sinceros, no hace falta ir muy lejos para admitir que buena parte de la crisis, en la que ya estábamos pero que la pandemia -lógicamente- ha agravado, tiene que ver con la falta de confianza. Cada vez nos fiamos menos, todo se cuestiona: la política, la ciencia, el periodismo… es un fenómeno general y cada vez más acusado porque además enlaza con algo muy grave, que es la devaluación del concepto verdad.
Lo de los “hechos alternativos” que solemnizó como doctrina una portavoz de Donald Trump, creo que marcó todo un hito. Ante lo cual cabe preguntarse ¿eso ha ocurrido de forma natural? Pues no, para nada. Está relacionado con un fenómeno muy dañino que se llama desinformación. Y que no tiene que ver sólo con las “fake news”, que también, sino con el secuestro de nuestra atención en ese nuevo y fascinante universo digital, y con el uso de emociones en lugar de argumentos. Todo esto, aunque a veces no queramos verlo, amenaza la democracia porque nos hace vulnerables, manejables y cada vez más insensibles a nada que no sea darnos la razón, confirmar nuestras ideas.
No es que hoy me haya levantado con la vena filosófica, ¿eh?, pero es que acabo de leer un libro que me permito recomendar por su oportunidad y su claridad. Se titula ‘Son molinos, no gigantes’, y nos invita a no ser Quijotes confundiendo la realidad con lo que algunos quieren vendernos de forma interesada. O sea, que nos invita a pensar y nos pone deberes como ciudadanos. Y por si a alguien le da pereza eso de los deberes, sólo recordar unas frases de Hannah Arendt en ‘Los orígenes del totalitarismo’: “El sujeto ideal del gobierno totalitario -escribió- no es el nazi convencido, o el comunista convencido, sino la gente para la cual la distinción entre el hecho y la ficción y la distinción entre lo verdadero y lo falso, ya no existen”. Pues eso, al loro.