La emoción de la canciller
El discurso de Merkel es una súplica. Dirigida a adultos dando la información sin palmaditas en la espalda, sin eufemismos y directa al grano: las consecuencias son los hospitales y los cementerios

Madrid
El discurso de Merkel es ejemplar, entre otras cosas, porque es lo máximo que puede hacer: pedir las cosas por favor. Es decir, el discurso de Merkel es una súplica. Dirigida a adultos responsables dando la información sin palmaditas en la espalda, sin eufemismos y directa al grano: las consecuencias son los hospitales y los cementerios. Ese discurso es la prueba de que la crisis sanitaria más grande del último siglo no está en manos de los gobernantes, no cuando la movilización de la gente puede ser general y masiva como en Navidad. El COVID ha puesto a prueba la relación de los gobiernos con sus ciudadanos de una forma extrema. Es decir, los gobiernos han tenido que decirle a sus ciudadanos cuánta gente tiene que sentarse en la mesa en Navidad, a dónde pueden viajar para hacerlo y a qué hora tienen que estar dentro de casa. Y francamente hemos estado a la altura; la noticia siempre son los que no, pero hemos estado a la altura. El virus también ha convertido a los gobiernos en nuestros padres: podemos desobedecerles, porque no será delito, pero no conviene hacerlo. De ahí la emotividad de Merkel. Y las emociones están legitimadas cuando las cosas se tienen que pedir, cuando no se pueden exigir.

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario...




