'El padre', inmersión en la demencia con Anthony Hopkins
El francés Florian Zeller debuta en la dirección con la adaptación de su obra teatral, un drama contundente sobre el Alzheimer desde el punto de vista de enfermo. Una inmersión realista que se apoya en la deliberada confusión narrativa, un cuidado montaje y las magníficas interpretaciones de sus protagonistas. Anthony Hopkins y Olivia Colman apuntan al Óscar
Madrid
El cine se ha acercado en los últimos años al problema de la demencia desde diferentes ópticas. Lo hizo Haneke con su duro retrato de la vejez en ‘Amour', Alexander Payne lo miró desde la tragicomedia en ‘Nebraska’ y Julianne Moore lo experimentó de manera más luminosa en ‘Siempre Alice’. En ‘El Padre’, el francés Florian Zeller no hace ninguna concesión en forma y fondo a partir de la historia de un padre y una hija. “Esta película empieza en el momento en el que paradójicamente nos convertimos en los padres de nuestros propios padres”, decía en el pasado Festival de San Sebastián.
El dramaturgo adapta su propia obra de teatro, representada en numerosos países, en su primera incursión en el cine. Criado con su abuela, a los 15 años sufrió de cerca los efectos de la enfermedad cuando ella fue diagnosticada de Alzheimer. "La obra se representó en Francia y después en muchos países, y cada vez descubría que la respuesta de la audiencia era la misma, donde fuese, siempre era algo muy poderoso. Y a menudo la gente venía después de la actuación para hablar de su propia historia, ahí entendí que era un tema universal, que todo el mundo tiene un padre y puede tener este miedo”, explica.
La contundencia del texto resuena en pantalla por un planteamiento visual que enriquece la puesta en escena teatral. Zeller adopta el punto de vista del enfermo, un extraordinario Anthony Hopkins, para mostrar su progresivo deterioro. Una realidad confusa y deformada donde se repiten acciones y cambian personajes de tal forma que el espectador entra en su desorientación espacial y mental. “Mi deseo era poner al espectador en una posición activa, es decir, como si fuera él mismo, como si estuviera en la cabeza del protagonista, para que entrara en ese laberinto cuya salida y significado debe encontrar. No quería que fuera una película que solo cuenta una historia, quería que fuera una experiencia, que, en cierto sentido, el espectador jugase con la experiencia de la desorientación”
En ese rompecabezas le acompaña su hija, interpretada por Olivia Colman, que afronta entre la desesperación, la compasión y la impotencia su cuidado. “Hay siempre mucho sufrimiento, pero también mucha humanidad. Todos tenemos esa conexión humana con el otro. Cuando sentí esto en el teatro, me di cuenta de la oportunidad que había ahí para compartir algo poderoso en el cine. No hacemos películas para contar nuestra propia historia, creo que las hacemos para que cada persona pueda recibir emociones más amplias y nos devuelva esos lazos humanos con el otro”.
El robo de un reloj, el cenar pollo o el recuerdo de otra hija funcionan como leitmoviv de un relato devastador y conmovedor de la demencia y sus consecuencias en el entorno. “La película es como una especie de rompecabezas, tú puedes jugar con todas las piezas para intentar que tenga sentido, pero nunca funcionará. No hay que entender, tienes que aceptar que nuestro cerebro renuncia a la esperanza de racionalizarlo todo. Y eso, nos permitirá entender la historia”, zanja. Una inmersión realista que se apoya en el deliberado caos narrativo, un cuidado montaje y las magníficas interpretaciones de sus protagonistas. Hopkins y Colman apuntan al Óscar con una obra que sabe transmitir la crueldad de una enfermedad que va borrando poco a poco la identidad y la memoria.
José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...