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Carta a los niños de Murcia

"Un niño normal y corriente siempre preferirá que, antes de entrar en clase, en vez del himno nacional pongan entero el Wish You Were Here. No porque esta música salga en el Íker Jiménez, sino porque dura cuarenta minutos y así pierde más el tiempo mirando por la ventana"

Carta a los niños de Murcia

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Barcelona

Queridos niños de Murcia que vais al colegio, cuando tengáis clase de Baudelaire sin duda vuestros amados maestros y maestras os recitarán un verso del poeta francés que dice así: “el hombre pasa a través de bosques de símbolos”. Ya veréis nada más llegar a la escuela que, en efecto, sucede de esa manera y que toda la vida es una selva de símbolos. España, donde vivimos, es un país simbólico. En la parte en que habito, todo sucede simbólicamente desde hace tiempo. Hasta si se declara algo de forma oficial, luego se dice que se hizo de manera simbólica. Antiguamente, cuando vuestros abuelos tenían vuestra edad, los símbolos tenían más eco que ahora. Esto era así porque aún vivía Umberto Eco, que lo explicaba todo muy bien. Fue un semiótico que de tanto significarse se transformó en un símbolo. Eco decía que la gente se divide en apocalípticos e integrados, lo que traducido del italiano al argentino se pronuncia cronopios y famas. Un símbolo a menudo aglutina o representa a todo un grupo. Pero a quienes hicimos el COU marxista nos gusta decir que nunca abrazaremos un símbolo que represente a gente como nosotros. El nuestro es un marxismo de familia numerosa, es decir, de cuatro hermanos o más. Hubo también un marxismo de familia numeraria, que son las que siempre acaban mandando, no importa el camino. Los símbolos son para compartirlos, como los bocadillos. Pero tampoco se puede obligar a nadie a tragarlos a la fuerza, y encima a diario. Eso sólo es para simbolistas profesionales. Un niño normal y corriente siempre preferirá que, antes de entrar en clase, en vez del himno nacional pongan entero el Wish You Were Here. No porque esta música salga en el Íker Jiménez, sino porque dura cuarenta minutos y así pierde más el tiempo mirando por la ventana. Otro día, hablaremos de quienes quieren imponer los símbolos a todo trapo.

 
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